ARGUMENTO PROELECCIÓN N.° 15
«La Biblia no dice nada en contra del aborto y muchos cristianos lo aprueban».
Un extracto del libro ¿Proelección o Provida?
En las últimas décadas se ha vuelto una tendencia popular que ciertos teólogos y ministros afirmen que los verdaderos cristianos pueden ser proelección (o incluso deberían serlo). La Coalición Religiosa a Favor de la Elección Reproductiva, por ejemplo, ha adoptado el lema
«A favor de la fe, la familia y la elección reproductiva». Anteriormente se denominaba Coalición Religiosa a Favor del Derecho al Aborto, y su lema era «Abogando en oración a favor de la elección».
Los argumentos ofrecidos por estos defensores del aborto son superficiales, incoherentes y violan los principios básicos de la interpretación bíblica. La postura «cristiana» proelección no es más que una adaptación a las creencias seculares modernas, y va en contra de la Biblia y de la posición histórica de la Iglesia.
Algunos sostienen que «en ninguna parte la Biblia prohíbe el aborto». Sin embargo, la Biblia prohíbe claramente el asesinato de personas inocentes (Éxodo 20:13). Todo lo que se necesita para probar la prohibición bíblica del aborto es demostrar que la Biblia considera que los no nacidos son seres humanos.
LA CONDICIÓN DE PERSONA SEGÚN LA BIBLIA
Varias sociedades antiguas se oponían al aborto, pero la antigua sociedad hebrea tenía motivos muy claros contra el aborto basados en el fundamento bíblico. La Biblia le da certeza teológica a la evidencia biológica. Enseña que los hombres y las mujeres están hechos a la imagen de Dios (Génesis 1:27). A lo largo de las Escrituras, la condición de persona nunca se define según la edad, la etapa de desarrollo ni las habilidades mentales, físicas o sociales. La condición de persona es dotada por Dios en el momento de la creación. Ese momento de la creación no puede ser otro que la concepción.
La palabra hebrea usada en el Antiguo Testamento para referirse a los no nacidos (Éxodo 21:22- 25) es yéled, una palabra que «generalmente indica niños pequeños, pero puede referirse a los adolescentes o incluso a los adultos jóvenes». Los hebreos no tenían ni necesitaban otra palabra para referirse a los niños por nacer. Eran como cualquier otro niño, solo que más jóvenes. En la Biblia existen referencias a los niños nacidos y a los niños por nacer, pero no existe tal cosa como un niño «en potencia», un niño «incipiente» o un «cuasi» niño.
Job describió gráficamente la forma en que Dios lo creó antes de nacer (Job 10:8-12). La persona que estaba en el vientre materno no era algo con el potencial de convertirse en Job, sino que era Job, solo que más joven y pequeño. Dios se identifica a sí mismo ante Isaías como, «el que te hizo, el que te formó en el seno materno» (Isaías 44:2). En el vientre materno se encuentra lo que cada persona es, no solo lo que podría llegar a ser.
En Salmos 139:13-16 se describe claramente la relación íntima de Dios con la persona por nacer. David le dice a su Creador: «me formaste en el vientre de mi madre». Cada persona ha sido formada por Dios personalmente. «Todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (v. 16).
Como miembro de la raza humana que ha rechazado a Dios, cada persona pecó «en Adán», y por lo tanto es pecadora desde sus inicios (Romanos 5:12-19). David dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento». Luego se remite incluso al momento previo al nacimiento, al momento preciso en que comienza su vida, cuando dice «pecador me concibió mi madre» (Salmos 51:5). Cada persona tiene una naturaleza pecaminosa desde el momento de la concepción.
¿Quién sino una persona puede tener una naturaleza moral? Las rocas, los árboles, los animales y los órganos humanos no tienen naturaleza moral, ni buena ni mala.
Cuando Rebeca estaba embarazada de Jacob y Esaú, las Escrituras dicen: «los niños luchaban dentro de su seno» (Génesis 25:22). Los no nacidos son considerados «niños» en el sentido pleno de la palabra. Dios le dice a Jeremías:
«Antes que te formase en el vientre te conocí» (Jeremías 1:5 RVA1960). Dios no podía conocer a Jeremías en el vientre de su madre a menos que la persona de Jeremías estuviera allí.
En Lucas 1:41 y 44 se hace referencia a Juan el Bautista antes de nacer. La palabra griega que se traduce en estos versículos como «criatura» en la Nueva Versión Internacional (NVI) o como «bebé» en la Nueva Traducción Viviente (NTV) es bréfos. Es la misma palabra usada para referirse al niño Jesús ya nacido (Lucas 2:12, 16) y a los niños que llevaban a Jesús para que los bendijera (Lucas 18:15-17). También es la misma palabra usada en Hechos 7:19 para los bebés recién nacidos asesinados por el Faraón. Tanto para los escritores del Nuevo Testamento como para los del Antiguo Testamento, un bebé es, sencillamente, un bebé, ya sea nacido o no nacido.
El ángel Gabriel le dijo a María: «Quedarás encinta y darás a luz un hijo (…)» (Lucas 1:31). En el primer siglo, y en todos los siglos, estar en cinta o estar embarazada significa llevar un niño en el vientre, no algo que tiene el potencial de convertirse en un niño.
LA SITUACIÓN DE LOS NO NACIDOS
Un erudito afirma: «Si examinamos la ley del Antiguo Testamento desde un contexto cultural e histórico adecuado, es evidente que la vida del no nacido está a la par de una persona fuera del útero». Éxodo 21:22-25 dice: «Supongamos que dos hombres pelean y, durante la lucha, golpean accidentalmente a una mujer embarazada y ella da a luz antes de término. Si ella no sufrió más heridas, el hombre que golpeó a la mujer estará obligado a pagar la compensación que el esposo de la mujer exija y que los jueces aprueben. Pero si hay más lesiones, el castigo debe ser acorde a la gravedad del daño: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, moretón por moretón» (NTV, énfasis añadido).
Este pasaje a veces se usa como evidencia de que el no nacido es infrahumano. Pero una comprensión adecuada del pasaje revela que aquí no se hace referencia a un aborto espontáneo, sino a un nacimiento prematuro, y que las «lesiones» mencionadas, que deben ser compensadas, incumben tanto al niño como a su madre. Esto significa que, «lejos de justificar el aborto permisivo, de hecho, otorga al niño por nacer un estatus igual al de la madre ante la ley».
Meredith Kline comenta: «Lo más significativo sobre la legislación del aborto en la ley bíblica es que no hay ninguna. Era tan impensable que una mujer israelita deseara un aborto que no había necesidad de mencionar esta ofensa en el código penal». Todo lo que era necesario para prohibir un aborto era el mandamiento: «No mates» (Éxodo 20:13). Todo israelita sabía que el niño antes de nacer era de hecho un niño. Por lo tanto, el aborto espontáneo era visto como la pérdida de un niño, y el aborto intencional como el asesinato de un niño.
Números 5:11-31 es un pasaje inusual que se utiliza para desarrollar el argumento central en un libro de estudio bíblico a favor de la elección. Los autores citan la versión de la Biblia en inglés New English Bible que hace que parezca que Dios le ocasiona un aborto espontáneo a una mujer si ella le es infiel a su esposo. Otras versiones se refieren al debilitamiento del muslo de la mujer y a la hinchazón de su abdomen. La traducción de la NTV dice: «(…) que tu útero se encoja y tu abdomen se hinche» (Números 5:21). La versión Reina Valera 1960 dice: «(…) que tu muslo caiga y que tu vientre se hinche». La NVI dice: «(…) que te haga estéril, y que el vientre se te hinche». No es del todo seguro que en este pasaje se tenga en mente un embarazo.
Al parecer se esperaba que Dios hiciera algún tipo de milagro relacionado con el agua amarga, generando una reacción física drástica en el caso de haberse cometido adulterio. La Biblia de Estudio en inglés English Estándar Version (ESV) dice: «la esposa culpable recibe la amenaza de quedar estéril, una catástrofe en los tiempos bíblicos, mientras que la esposa inocente tiene la certeza de que será libre y concebirá hijos».
Este estudio bíblico a favor de la elección sugiere que si Dios, de hecho, ocasiona un aborto espontáneo, esto implicaría su consentimiento para que las personas realicen abortos; lo cual sería una exageración, ya que ni la esposa, ni el esposo, ni el sacerdote tomaron la decisión de inducir un aborto. Dios es el creador de la vida y ejerce su derecho sobre la vida y la muerte de los seres humanos. Él enfáticamente dice que nosotros, sus criaturas, no tenemos este derecho. (Éxodo 20:13).
DIOS Y LOS ABORTOS ESPONTÁNEOS
Los proelección también usan Oseas 9 —que describe el castigo de Dios contra Israel por su idolatría y por rechazar a Dios y habla de los abortos espontáneos— para argumentar que Dios está a favor del aborto, ya que causó abortos espontáneos. El versículo 11 dice: «El esplendor de Efraín saldrá volando, como un ave; no habrá más concepción ni embarazo ni nacimiento». Y el versículo 14 dice: «Dales, Señor… ¿qué les darás? ¡Dales vientres que aborten y pechos resecos!».
La Biblia de Estudio ESV dice lo siguiente acerca de Oseas 9:10-14:
Cuando Israel desprecia la gracia de Dios, ellos son abandonados a su propia suerte. El juicio es drástico, porque no habrá nacimientos, ni embarazos, ni siquiera concepción. Si la nación no cambia, pronto terminará extinguiéndose. (...) Un vientre que aborta sería lo opuesto a la fecundidad que la gente buscaba al adorar a Baal.
Aunque Dios permitió estos abortos espontáneos como parte de su juicio sobre Israel (y el juicio es el tema clave en este pasaje), estos versículos de Oseas no respaldan el aborto. No lograremos interpretar este pasaje correctamente (ni la cuestión de los abortos espontáneos en general) si olvidamos lo que vale la pena repetir: Dios tiene derechos exclusivos sobre la vida y la muerte que ningún ser humano tiene.
«¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí. Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy sanidad. Nadie puede librarse de mi poder» (Deuteronomio 32:39).
«Del Señor vienen la muerte y la vida; él nos hace bajar al sepulcro, pero también nos levanta» (1 Samuel 2:6).
Aun así, algunas personas argumentan que, dado que hay una alta tasa de abortos espontáneos en el proceso reproductivo natural, Dios en esencia «realiza abortos». Pero la diferencia entre el aborto espontáneo y el aborto inducido por el hombre es enorme:
No fuimos nosotros quienes hicimos que ese pequeño corazón latiera, ni creamos la sangre que fluye a través de las venas del feto ni preestablecimos los días de la vida de un niño como Dios lo ha hecho. Por lo tanto, cuando los seres humanos inducen un aborto, están destruyendo la obra creativa de Dios sin su permiso. Sin embargo, cuando Dios elige, a través del aborto espontáneo, tomar la vida de un niño prematuramente, Él tiene el derecho de hacerlo. Es su niño, su creación, su obra maestra (Efesios 2:10; Marcos 10:14).
Lo que Dios hace depende de Él, y nosotros no somos Dios. Los abortos espontáneos no son nuestra responsabilidad. Lo que es nuestra responsabilidad es la muerte causada por el aborto inducido.
El amor de Dios por los niños, y su supervisión en la concepción y el nacimiento de cada niño, son verdades claras en las Escrituras. Estas verdades no son contrarias al derecho de Dios sobre la vida y la muerte.
SACRIFICIO DE NIÑOS
El sacrificio de niños es condenado a lo largo de toda las Escrituras. Sólo las sociedades más depravadas toleraban tal acto de maldad. Se han encontrado antiguos vertederos llenos de huesos de cientos de bebés desmembrados. Esto es sorprendentemente similar al descubrimiento de miles de bebés muertos descartados por las clínicas de aborto modernas. Un erudito del antiguo Oriente Próximo se refiere al sacrificio infantil como «el equivalente cananeo del aborto».
Las Escrituras condenan el derramamiento de sangre inocente (Deuteronomio 19:10; Proverbios 6:17; Isaías 1:15; Jeremías 22:17). Si bien el asesinato de cualquier ser humano inocente es detestable, la Biblia considera que el asesinato de los niños en particular es un acto atroz (Levítico 18:21; 20:1-5; Deuteronomio 12:31).
EL ABORTO Y LA HISTORIA DE LA IGLESIA
Los cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia han afirmado de manera unánime la humanidad del niño por nacer. La Epístola de Bernabé del siglo II habla de los «matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios». Considera al niño por nacer como a cualquier otro «prójimo» humano cuando dice: «Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida» (19.5).
La Didaché, un catecismo del siglo II para jóvenes conversos, dice: «no mates al hijo por aborto, ni quites la vida al recién nacido» (2.2). Clemente de Alejandría sostuvo que quienes «en su afán de ocultar su mala conducta, usan fármacos abortivos, que expulsan una materia totalmente muerta, provocan a la vez que el aborto del feto, el de sus sentimientos humanos» (El pedagogo 2.10.96.1).
Para defender a los cristianos ante Marco Aurelio en el año 177 d. C., Atenágoras argumentó: «Nosotros afirmamos que las que intentan el aborto cometen un homicidio y tendrán que dar cuenta a Dios de él; entonces, ¿por qué razón habríamos de matar a nadie? […] lo que lleva la mujer en el vientre es un ser viviente y por esta razón Dios cuida de él» (Súplica en favor de los cristianos 35.6).
Tertuliano dijo: «No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza a ser» (Apología cap. IX, parte II, p.45). Basilio el Grande afirmó que «las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto, así como las que toman las pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas» (Epístola 188, VIII). Jerónimo llamó al aborto «el asesinato de un niño por nacer» (Carta 22, a Eustoquia).
S. Agustín advirtió contra el terrible crimen de matar a un niño «antes de que nazca» (El matrimonio y la concupiscencia, Libro I, Parte I, XV). Orígenes, Cipriano y Crisóstomo se encuentran entre los muchos otros teólogos prominentes y líderes de la Iglesia que denunciaron el aborto como el asesinato de niños. Bruce Metzger, erudito del Nuevo Testamento, comenta: «Es realmente notable cuán unánime y enfática fue la oposición al aborto por parte de los primeros cristianos».
A lo largo de los siglos, los líderes católicos romanos han defendido sistemáticamente la sacralidad de la vida humana. Del mismo modo, el reformador protestante Juan Calvino se mantuvo fiel tanto a las Escrituras como a la posición histórica de la Iglesia cuando afirmó:
El feto, aunque se encuentre en el vientre de su madre, ya es un ser humano y es un crimen monstruoso robarle la vida que aún no ha comenzado a disfrutar. Si resulta más terrible matar a un hombre en su propia casa que en medio del campo, porque la casa de un hombre es su lugar de refugio más seguro, ciertamente debería considerarse más atroz destruir un feto en el vientre materno antes de nacer.
Los teólogos modernos con una fuerte orientación bíblica normalmente han estado de acuerdo en que el aborto causa la muerte de un niño. Dietrich Bonhoeffer, quien perdió la vida por oponerse el asesinato de inocentes por parte de Hitler en Alemania, argumentó que el aborto «no es más que un asesinato».
El teólogo Karl Barth declaró: «El niño por nacer es, desde el principio, un niño (…) es una persona y no una cosa ni una mera parte del cuerpo de la madre. Los que viven por misericordia siempre estarán dispuestos a practicar la misericordia, especialmente con un ser humano que depende tanto de la misericordia de los demás como el niño por nacer».
¿CREER QUE EL ABORTO MATA NIÑOS DEMUESTRA UNA ACTITUD CRÍTICA E INSENSIBLE?
Desafortunadamente, a pesar de la clara enseñanza en las Escrituras de que los no natos son completamente humanos y creados por Dios, el mensaje de amor de la Biblia a menudo se tergiversa cuando se trata del aborto. Este comentario en mi página de Facebook expresa una opinión frecuente:
«Dios quiere unión, comprensión, compasión, amor, sin juzgar a los demás. (...) decir que las mujeres no deberían abortar es como decir: “Te estoy juzgando y criticando”».
Para muchas personas, el «no juzguen» de Jesús significa que nunca debemos cuestionar la elección de alguien de abortar; y mostrar amor y compasión implica que nunca debemos intentar disuadir a alguien que está considerando abortar. De hecho, muchos creen que incluso decir que el aborto está mal es «juzgar». Pero ¿acaso decir que está mal abofetear o abandonar a un bebé es juzgar y no tener amor? Cuando la gente oye hablar sobre bebés que han sido encontrados en botes de basura, ¿acaso no tienen amor y están juzgando al creer que ese es un acto atroz?
Es cierto que Dios es amor (1 Juan 4:16), y sus seguidores deben amar a su prójimo como a sí mismos (Marcos 12:31). Deben estar llenos de compasión y de humildad (1 Pedro 3:8), y no ser arrogantes ni juzgar o condenar injustamente a los demás (Lucas 6:37).
Sin embargo, los creyentes también son llamados a hablar la verdad en amor (Efesios 4:15, 25). Amar no significa decir que todas las opciones son válidas. Si fuera así, un Dios de amor nunca condenaría el pecado (lo cual Dios hace repetidamente en las Escrituras); ni siquiera existiría el pecado y no habría ninguna necesidad de ser perdonados. Si el aborto realmente daña a las mujeres y mata a los niños, entonces las mujeres merecen que les digamos la verdad, de manera gentil y amorosa, mientras les brindamos gracia y ayuda.
Una joven que dijo que creía que el aborto le quita la vida a un niño inocente me dijo que, porque amaba a su amiga, la iba a llevar a una clínica para que se realizara un aborto. Ella dijo: «Eso es lo que haces cuando amas a alguien, incluso si no estás de acuerdo».
Le pregunté: «Si tu amiga quisiera matar a sus padres, a su hermano o a su hermana y tuviera una escopeta en la mano, y te pidiera que la llevaras a su casa, ¿lo harías?».
«¡Por supuesto que no!».
Pero aparte de la legalidad, ¿cuál es la diferencia? Nunca será un acto de bondad ayudar a otros a matar, no solo por el daño que les ocasiona a las víctimas, sino también por el daño que los perpetradores se causan a sí mismos. Nunca será lo mejor para una madre matar a su hijo, por lo tanto, nunca deberíamos decirle a una madre que lo haga, ni tampoco ayudarla a quitar esa vida, lo cual la llenará de culpa y arrepentimiento para siempre. La verdadera compasión está llena de gracia y de verdad, como en el caso de Jesús (Juan 1:14).
LA BIBLIA Y LOS NIÑOS
La Biblia expresa claramente que cada niño en el vientre materno es creado por Dios. Es más, Cristo ama a los niños y lo demostró al convertirse en uno: pasó nueve meses en el vientre de su madre. Finalmente, Cristo murió por los niños, demostrando así cuán preciosos son para él.
La perspectiva bíblica de los niños es que ellos son un regalo del Señor (Salmos 127:3-5). Sin embargo, cada vez más, la sociedad trata a los niños como una carga. Debemos aprender a verlos como Dios lo hace, y a tratarlos como Dios nos manda: «Defiendan la causa del huérfano y del desvalido; al pobre y al oprimido háganles justicia. Salven al menesteroso y al necesitado; líbrenlos de la mano de los impíos» (Salmos 82:3-4).
PRO-CHOICE CLAIM #15
“The Bible doesn’t say anything against abortion, and many Christians believe it’s acceptable.”
In recent decades it has become popular for certain theologians and ministers to claim that conscientious Christians can be, or even should be, pro-choice. The Religious Coalition for Reproductive Choice, for instance, has adopted the motto, “Pro Faith. Pro Family. Pro Choice.” It was formerly called the Religious Coalition for Abortion Rights, and their previous motto was, “Prayerfully Pro-Choice.”
The arguments offered by these advocates are shallow, inconsistent, and violate the most basic principles of biblical interpretation. The “Christian” pro-choice position is nothing more than an accommodation to modern secular beliefs, and it flies in the face of the Bible and the historical position of the church.
Some maintain that “nowhere does the Bible prohibit abortion.” Yet the Bible clearly prohibits the killing of innocent people (Exodus 20:13). All that is necessary to prove a biblical prohibition of abortion is to demonstrate that the Bible considers the unborn to be human beings.
PERSONHOOD IN THE BIBLE
A number of ancient societies opposed abortion, but ancient Hebrew society had the clearest reasons for doing so because of its scriptural foundation. The Bible gives theological certainty to the biological evidence. It teaches that men and women are made in God’s image (Genesis 1:27). Throughout Scripture, personhood is never measured by age, stage of development, or mental, physical, or social skills. Personhood is endowed by God at the moment of creation. That moment of creation can be nothing other than the moment of conception.
The Hebrew word used in the Old Testament to refer to the unborn (Exodus 21:22–25) is yeled, a word that “generally indicates young children, but may refer to teens or even young adults.” The Hebrews did not have or need a separate word for unborn children. They were just like any other children, only younger. In the Bible there are references to born children and unborn children, but there is no such thing as “potential,” “incipient,” or “almost” children.
Job graphically described the way God created him before he was born (Job 10:8–12). The person in the womb was not something that might become Job, but someone who was Job, just younger and smaller. God identifies Himself to Isaiah as, “he who made you, who formed you in the womb” (Isaiah 44:2). What each person is, not merely what he might become, was present in his mother’s womb.
Psalm 139:13–16 paints a graphic picture of the intimate involvement of God with a preborn person. David says to his Creator, “You knit me together in my mother’s womb.” Each person has been personally knitted together by God. “All the days of his life have been planned out by God before any have come to be” (v. 16).
As a member of the human race that has rejected God, each person sinned “in Adam,” and is therefore a sinner from his very beginning (Romans 5:12–19). David says, “Surely I was sinful at birth.” Then he goes back even before birth to the actual beginning of his life, saying he was “sinful from the time my mother conceived me” (Psalm 51:5). Each person has a sin nature from the point of conception.
Who but an actual person can have a moral nature? Rocks and trees and animals and human organs do not have moral natures, good or bad.
When Rebekah was pregnant with Jacob and Esau, Scripture says, “The babies jostled each other within her” (Genesis 25:22). The unborn are regarded as “babies” in the full sense of the term. God tells Jeremiah,
“Before I formed you in the womb I knew you” (Jeremiah 1:5). He could not know Jeremiah in his mother’s womb unless Jeremiah, the person, was present there.
In Luke 1:41 and 44 there are references to the unborn John the Baptist. The Greek word translated as “baby” in these verses is the word brephos. It is the same word used for the already born baby Jesus (Luke 2:12, 16) and for the babies brought to Jesus to receive His blessing (Luke 18:15–17). It is also the same word used in Acts 7:19 for the newborn babies killed by Pharaoh. To the writers of the New Testament, like the Old, a baby is simply a baby, whether born or unborn.
The angel Gabriel told Mary that she would be “with child and give birth to a son” (Luke 1:31). In the first century, and in every century, to be pregnant is to be with child, not with that which might become a child.
THE STATUS OF THE UNBORN
One scholar states: “Looking at Old Testament law from a proper cultural and historical context, it is evident that the life of the unborn is put on the same par as a person outside the womb.” Exodus 21:22–25 says, “If men struggle with each other and strike a woman with child so that she gives birth prematurely, yet there is no injury, he shall surely be fined as the woman’s husband may demand of him, and he shall pay as the judges decide. But if there is any further injury, then you shall appoint as a penalty life for life, eye for eye, tooth for tooth, hand for hand, foot for foot, burn for burn, wound for wound, bruise for bruise” (NASB, emphasis added).
This passage is sometimes used as evidence that the unborn is subhuman. But a proper understanding of the passage shows the reference is not to a miscarriage, but to a premature birth, and that the “injury” referred to, which is to be compensated for, applies to the child as well as to his mother. This means that, “far from justifying permissive abortion, it in fact grants the unborn child a status in the eyes of the law equal to the mother’s.”
Meredith Kline observes, “The most significant thing about abortion legislation in Biblical law is that there is none. It was so unthinkable that an Israelite woman should desire an abortion that there was no need to mention this offense in the criminal code.”
All that was necessary to prohibit an abortion was the command, “You shall not murder” (Exodus 20:13). Every Israelite knew that the preborn child was indeed a child. Hence, miscarriage was viewed as the loss of a child, and abortion as the killing of a child.
Numbers 5:11–31 is an unusual passage used to make a central argument in a pro-choice Bible study book. The authors cite the New English Bible’s translation which makes it sound as if God brings a miscarriage on a woman if she is unfaithful to her husband. Other translations refer to a wasting of the thigh and a swelling of her abdomen. The CSB translates it “when he makes your womb shrivel and your belly swell” (Numbers 5:21). The ESV renders it “thigh fall away and your body swell.” It’s not at all certain a pregnancy is in mind.
It appears that God was expected to do some kind of miracle related to the bitter water, creating a dramatic physical reaction if adultery had been committed. The ESV Study Bible says, “…the guilty wife is threatened with childlessness, a catastrophe in Bible times, whereas the innocent is assured she shall be free and shall conceive children.”
The pro-choice Bible study suggests that if God indeed causes a miscarriage, it would be an endorsement of people causing abortions. This is a huge stretch, since neither the wife, the husband, nor the priest made the decision to induce an abortion. God is the creator of life and exercises rights over human life and death that He emphatically says we creatures do not (Exodus 20:13).
GOD AND MISCARRIAGES
Pro-choice advocates also use Hosea 9—which describes God’s punishment against Israel for their idolatry and rejection of Him and talks about miscarriages—to make the claim that God is pro-abortion since he caused miscarriages. Verse 11 says, “Ephraim’s glory shall fly away like a bird—no birth, no pregnancy, no conception!” and verse 14 says, “Give them, O Lord—what will you give? Give them a miscarrying womb and dry breasts.”
The ESV Study Bible says this of Hosea 9:10-14:
When Israel spurns God’s grace, they are left to their own devices. Judgment is dramatic, for there will be no birth, no pregnancy, not even conception. If the nation does not change, it will soon head toward extinction. …A miscarrying womb would be the opposite of the fruitfulness the people sought in Baal worship.
Though God allowed these miscarriages as part of His judgment on Israel (and judgment is the key theme in this passage), these verses in Hosea do not endorse abortion. We will fail to understand this passage (and miscarriages in general) if we forget what bears repeating, that God has exclusive prerogatives over life and death that no human has:
“See now that I myself am He! There is no god besides me. I put to death and I bring to life, I have wounded and I will heal, and no one can deliver out of my hand.” (Deuteronomy 32:39)
“The LORD brings death and makes alive; he brings down to the grave and raises up.” (1 Samuel 2:6)
Still, some people make the argument that since there is a high rate of miscarriage in the natural reproductive process, God in essence “performs abortions.” But the difference between spontaneous miscarriage and human[1]induced abortion is profound:
We did not start that tiny heart beating, create the blood that is flowing through the fetus’s veins, or preordain the days of a child’s life as God has done. Therefore, when human beings induce an abortion, we are destroying God’s creative work without His permission. However, when God chooses, through miscarriage, to take a child’s life early, He has the right to do so. It is His child, His work, His masterpiece (Ephesians 2:10; Mark 10:14).
What God does is up to Him—and we are not God. Spontaneous miscarriages are not our responsibility. What is our responsibility is death caused by abortion.
God’s love for children, and His oversight of each child’s conception and birth, are clear truths from Scripture.
Those truths are not antithetical to God’s prerogatives over life and death.
CHILD SACRIFICE
Child sacrifice is condemned throughout Scripture. Only the most degraded societies tolerated such evil. Ancient dumping grounds have been found filled with the bones of hundreds of dismembered infants. This is strikingly similar to discoveries of thousands of dead babies discarded by modern abortion clinics. One scholar of the ancient Near East refers to infant sacrifice as “the Canaanite counterpart to abortion.”
Scripture condemns the shedding of innocent blood (Deuteronomy 19:10; Proverbs 6:17; Isaiah 1:15; Jeremiah 22:17). While the killing of all innocent human beings is detestable, the Bible regards the killing of children as particularly heinous (Leviticus 18:21; 20:1–5; Deuteronomy 12:31).
ABORTION AND CHURCH HISTORY
Christians throughout church history have affirmed with a united voice the humanity of the preborn child.12 The second-century Epistle of Barnabas speaks of “killers of the child, who abort the mold of God.” It treats the unborn child as any other human “neighbor” by saying, “You shall love your neighbor more than your own life. You shall not slay a child by abortion. You shall not kill that which has already been generated” (19.5).
The Didache, a second-century catechism for young converts, states, “Do not murder a child by abortion or kill a newborn infant” (2.2). Clement of Alexandria maintained that “those who use abortifacient medicines to hide their fornication cause not only the outright murder of the fetus, but of the whole human race as well” (Paedagogus 2.10.96.1).
Defending Christians before Marcus Aurelius in A.D. 177, Athenagoras argued, “What reason would we have to commit murder when we say that women who induce abortions are murderers, and will have to give account of it to God? . . . The fetus in the womb is a living being and therefore the object of God’s care” (A Plea for the Christians 35.137–138).
Tertullian said, “It does not matter whether you take away a life that is born, or destroy one that is coming to the birth. In both instances, destruction is murder” (Apology 9.4). Basil the Great affirmed, “Those who give abortifacients for the destruction of a child conceived in the womb are murderers themselves, along with those receiving the poisons” (Canons 188.2). Jerome called abortion “the murder of an unborn child” (Letter to Eustochium 22.13).
Augustine warned against the terrible crime of “the murder of an unborn child” (On Marriage 1.17.15). Origen, Cyprian, and Chrysostom were among the many other prominent theologians and church leaders who condemned abortion as the killing of children. New Testament scholar Bruce Metzger comments, “It is really remarkable how uniform and how pronounced was the early Christian opposition to abortion.”
Throughout the centuries, Roman Catholic leaders have consistently upheld the sanctity of human life. Likewise, Protestant reformer John Calvin followed both the Scriptures and the historical position of the church when he affirmed:
The fetus, though enclosed in the womb of its mother, is already a human being and it is a most monstrous crime to rob it of the life which it has not yet begun to enjoy. If it seems more horrible to kill a man in his own house than in a field, because a man’s house is his place of most secure refuge, it ought surely to be deemed more atrocious to destroy a fetus in the womb before it has come to light.
Modern theologians with a strong biblical orientation have normally agreed that abortion causes the death of a child. Dietrich Bonhoeffer, who lost his life standing against Hitler’s murder of the innocent in Germany, argued that abortion is “nothing but murder.”
Theologian Karl Barth stated, “The unborn child is from the very first a child… it is a man and not a thing, not a mere part of the mother’s body... Those who live by mercy will always be disposed to practice mercy, especially to a human being which is so dependent on the mercy of others as the unborn child.”
IS IT JUDGMENTAL AND UNLOVING TO BELIEVE THAT ABORTION IS CHILD-KILLING?
Unfortunately, despite the clear teaching of Scripture that the preborn are fully human and created by God, the Bible’s message of love is often misused when it comes to abortion. This comment on my Facebook page expresses a common sentiment:
“God wants union, understanding, compassion, love, no judgment. …people saying that women shouldn’t have abortions is like saying, ‘I’m judging you and criticizing you.’”
To many people, Jesus’ words “Do not judge” mean never questioning someone’s choice of abortion, and love and compassion mean never trying to deter someone from considering abortion. In fact, many consider it “judgmental” even to say abortion is wrong. But is it judgmental and unloving to say slapping or abandoning a baby is wrong? When people hear of infants found in trash cans, are they being judgmental and unloving to believe that was a terrible thing for someone to do?
True, God is love (1 John 4:16), and His followers are to love their neighbors as themselves (Mark 12:31). They are to be full of compassion and humility (1 Peter 3:8), and not be self-righteous or unfairly judge or condemn others (Luke 6:37).
But believers are also called to speak the truth in love (Ephesians 4:15, 25). Love does not mean saying all choices are valid. (If it did, a God of love would never condemn sin, which he repeatedly does in Scripture, nor would there be such a thing as sin or any need to be forgiven.) If abortion truly does harm women and kill children, then we owe it to women to gently and lovingly point out the truth, while offering grace and help.
A young woman who said she believed that abortion takes the life of an innocent child told me that because she loved her friend, she was going to drive her to the clinic to get an abortion. She said, “That’s what you do when you love someone, even if you disagree.”
I asked, “If your friend wanted to kill her parents or brother or sister and had a shotgun in hand, and asked you to drive her to their house, would you do it?”
“Of course not!”
But other than legality, what’s the difference? It is never loving to help others kill, not only because of the harm to the victims, but also because of the harm to themselves. It’s never in a mother’s best interest to kill her child, so we should never tell her it’s fine to do so, and never assist her in taking a life and thereby heaping guilt and a lifetime of regret upon her. Real compassion is full of both grace and truth, like Jesus (John 1:14).
THE BIBLE AND CHILDREN
The Bible is clear that every child in the womb is created by God. Furthermore, Christ loves that child and proved it by becoming like him—He spent nine months in His mother’s womb. Finally, Christ died for that child, showing how precious He considers him to be.
The biblical view of children is that they are a gift from the Lord (Psalm 127:3–5). Yet society treats children more and more as liabilities. We must learn to see them as God does, and to act toward them as God commands us to act: “Defend the cause of the weak and fatherless; maintain the rights of the poor and oppressed. Rescue the weak and needy; deliver them from the hand of the wicked” (Psalm 82:3–4).
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