Tal vez hayas oído a alguien decir algo como: “Mi fe está en Dios, no en la Biblia” o “Ten cuidado de no estar adorando la Biblia o haciendo un ídolo de ella.”
Estoy de acuerdo en que existe el peligro de tener nuestra fe en el objeto equivocado. Y ha habido algunas personas que aparentemente tienen a la Biblia en mayor estima que a Jesús. Pero bien vista, la Biblia no es un competidor de Dios; al contrario, es el medio que Dios nos ha dado para conocerle a través de Su verdad revelada.
La Palabra de Dios es la única revelación fidedigna de su carácter y voluntad.
¿Cómo podemos saber cómo es Dios en realidad? No podemos saberlo sin una revelación autoritativa de Dios. Todo lo demás son conjeturas.
Anselmo escribió: “La naturaleza inteligente… encuentra su felicidad, ahora y siempre, en la contemplación de Dios.” Pero sólo podemos contemplar a Dios con confianza si tenemos una fuente de información sobre Dios en la que podamos confiar.
La Escritura dice esto sobre su propia naturaleza:
- Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,. (2 Timoteo 3:16)
- entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (2 Pedro 1:20-21)
Los habitantes de Berea fueron elogiados por someter las palabras del apóstol Pablo a la Palabra de Dios: «Y éstos eran más nobles de espíritu que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con gran solicitud, examinando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11).
Todo lo que la Biblia dice acerca de Dios es verdad; todo lo que alguien diga acerca de Dios que contradiga la Biblia es falso. Sin una creencia en la autoridad de la Palabra de Dios -así como un conocimiento creciente de lo que dice- seremos vulnerables al engaño. Por eso, una de las mayores necesidades de las iglesias de hoy es la enseñanza coherente de la sana doctrina. Sin ella, y sin gente que lea buenos libros que refuercen una cosmovisión bíblica, el pueblo de Dios irá a la deriva, arrastrado por la corriente de la opinión popular.
La fe no es intrínsecamente virtuosa. Su valor depende del valor de su objeto. La Biblia, entendida en su contexto y por encima de nuestros instintos y preferencias, es nuestra guía fiable para la fe y la práctica. Sólo aprendiendo lo que las Escrituras dicen sobre Dios podemos saber qué hay de cierto en Él.
Cuando nos deleitamos en la Palabra de Dios, nos estamos deleitando en Él.
Imagínese este escenario, de una época anterior al correo electrónico, las redes sociales y FaceTime: una joven está enamorada de un soldado que sirve en el extranjero. Todos los días mira el buzón. Cuando llega una carta, la abre y lee y relee cada palabra con avidez.
¿No sería correcto decir que se deleita con las cartas de amor de su prometido? ¿Alguien le corregiría: «No, sólo debes deleitarte con él, no con sus cartas»? Sería una distinción sin sentido. ¿Por qué? Porque sus cartas de amor son una extensión de él.
Sin embargo, he oído a gente decir: “No te deleites en la Biblia; deléitate en Dios.” Pero estudiar las palabras de Dios es complacerse en Dios, porque su Palabra es una expresión de su propio ser.
Quien encuentra la felicidad en Dios, debe encontrarla en las palabras de Dios:
Me he gozado en el camino de tus testimonios Más que de toda riqueza.. (Salmo 119:14)
Y me regocijaré en tus mandamientos, Los cuales he amado. . (Salmo 119:47)
¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.. (Salmo 119:97)
Observe que tales Escrituras demuestran que deleitarse y meditar en la Palabra de Dios es deleitarse en Dios mismo.
Una mujer contó cohibida a uno de nuestros pastores que antes de irse a dormir cada noche lee su Biblia y luego la abraza mientras se duerme. «¿Es raro?», preguntó. Aunque pueda ser inusual, no es raro. Esta mujer ha conocido el sufrimiento y, al aferrarse a sus promesas, se aferra a Dios. Cualquier padre se conmovería al oír que su hija se duerme junto con las cartas que él le escribió a ella. Sin duda, Dios aprecia ese acto de amor de un hijo.
El objetivo de estudiar la Palabra de Dios es conocerle.
Existe el peligro de idolatrar nuestro propio conocimiento de la Biblia en lugar de recordar que el objetivo es conocerle mejor a Él. (¡Si no lo entendemos, el problema lo tenemos nosotros, no la Biblia!) J. I. Packer, en el primer capítulo de su libro Conociendo a Dios, dice lo siguiente:
Preocuparse por obtener conocimientos teológicos como un fin en sí mismo, abordar el estudio de la Biblia sin más motivo que el deseo de conocer todas las respuestas, es el camino directo a un estado de autoengaño autocomplaciente. Necesitamos proteger nuestros corazones contra tal actitud, y orar para que se nos guarde de ella. …no puede haber salud espiritual sin conocimiento doctrinal; pero es igualmente cierto que no puede haber salud espiritual con él, si se busca con el propósito equivocado y se valora con el criterio equivocado.
…Nuestro objetivo al estudiar la Divinidad debe ser conocer mejor a Dios mismo. Nuestra preocupación debe ser ampliar nuestro conocimiento, no sólo de la doctrina de los atributos de Dios, sino del Dios vivo cuyos atributos son. Así como Él es el objeto de nuestro estudio y nuestro ayudante en él, Él mismo debe ser el fin del mismo.
Que veamos el estudio de la Biblia y la doctrina como una base para la adoración humilde de nuestro Rey y Salvador, no para posturas orgullosas.
Las palabras de Dios tienen el poder de traer felicidad al corazón.
Como nuevo creyente en Cristo, no me cansaba de leer la Palabra de Dios. Por la noche, a veces me dormía con la cara sobre una Biblia abierta. Otras veces escuchaba las Escrituras en cintas de casete (si tienes 35 años o menos, quizá tengas que buscarlo en Google). Mientras me dormía, mis últimos recuerdos eran las palabras de Dios.
Cuando Jeremías dijo que la Palabra de Dios «se convirtió para mí en gozo y alegría de mi corazón» (Jeremías 15:16), estaba sugiriendo que la Escritura tiene un efecto acumulativo que aumenta con el tiempo. Felizmente, por la gracia de Dios, puedo dar fe de ello. Como dice nuestra querida hermana Joni Eareckson Tada:
Si quieres aumentar tu deseo por Dios, entonces conócelo de una manera más profunda. Y no hay mejor manera de conocerlo que a través de Su Palabra. Adéntrate en la Palabra de Dios, y tendrás un corazón para Jesús. Apasiónate por las Escrituras, y tu pasión por Él aumentará. Los sentimientos siguen a la fe… y la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios.
Dios promete que Su Palabra «no volverá a mí vacía, sino que realizará lo que yo deseo y logrará el propósito para el que la envié» (Isaías 55:11). Vivimos en una época en la que la Biblia se minimiza cada vez más. Comprometámonos a hacer todo lo posible para elevar y honrar la Palabra de Dios, como medio para conocerle y amarle.
Translated by Armando Valdez and originally posted on Evangelio.blog.
Is There a Danger of Worshipping the Bible Instead of God?
Perhaps you’ve heard someone say something like, “My faith is in God, not the Bible” or “Be careful you’re not worshipping the Bible or making an idol out of it.”
I agree that there is a danger of having our faith in the wrong object. And there have been some people who seemingly hold the Bible in higher esteem than they do Jesus. But seen properly, the Bible is not a competitor with God; on the contrary, it is our God-given means of knowing Him through His revealed truth.
God’s Word is the only trustworthy revelation of His character and will.
How can we know what God is really like? We can’t know without an authoritative revelation from God. Everything else is guesswork.
Anselm wrote, “Intelligent nature . . . finds its happiness, both now and forever, in the contemplation of God.” But we can only contemplate God with confidence if we have a source of information about God we can trust.
Scripture says this about its own nature:
- Every scripture is inspired by God and useful for teaching, for reproof, for correction, and for training in righteousness. (2 Timothy 3:16, NET)
- No prophecy of scripture ever comes about by the prophet’s own imagination, for no prophecy was ever borne of human impulse; rather, men carried along by the Holy Spirit spoke from God. (2 Peter 1:20-21, NET)
The people in Berea were commended for subjecting the apostle Paul’s words to God’s Word: “Now these were more noble-minded than those in Thessalonica, for they received the word with great eagerness, examining the Scriptures daily to see whether these things were so” (Acts 17:11, NASB).
Everything the Bible says about God is true; everything anyone says about God that contradicts the Bible is false. Apart from a belief in the authority of God’s Word—as well as a growing knowledge of what it says—we’ll be vulnerable to deception. This is why one of the greatest needs in churches today is the consistent teaching of sound doctrine. Without it, and without people reading good books that reinforce a biblical worldview, God’s people will drift along, swept away by the current of popular opinion.
Faith is not inherently virtuous. Its value depends on the worth of its object. The Bible, understood in context and given precedent over our own instincts and preferences, is our dependable guide for faith and practice. Only by learning what Scripture says about God can we know what’s true about Him.
When we delight in God’s Word, we are delighting in Him.
Imagine this scenario, from an age before e-mail, social media, and FaceTime: a young woman is in love with a soldier serving overseas. Every day she checks her mailbox. Whenever a letter arrives, she opens it and eagerly reads and rereads every word.
Wouldn’t it be accurate to say she delights in her fiancé’s love letters? Would anyone correct her, “No, you should only take delight in him, not his letters”? That would be a meaningless distinction. Why? Because his love letters are an extension of him.
Yet I’ve heard people say, “Don’t take pleasure in the Bible; take pleasure in God.” But to study God’s words is to take pleasure in God, because His Word is an expression of His very being.
Anyone who finds happiness in God must find happiness in God’s words:
In the way of your testimonies I delight as much as in all riches. (Psalm 119:14)
I find my delight in your commandments, which I love. (Psalm 119:47)
Oh how I love your law! It is my meditation all the day. (Psalm 119:97)
Notice such Scriptures demonstrate that to delight in and to meditate upon God’s Word is to delight in God Himself.
A woman self-consciously told one of our pastors that before going to sleep each night she reads her Bible, then hugs it as she falls asleep. “Is that weird?” she asked. While it may be unusual, it’s not weird. This woman has known suffering, and as she clings to His promises, she clings to God. Any father would be moved to hear that his daughter falls asleep with letters he wrote her held close to her. Surely God treasures such an act of childlike love.
The point of studying God’s Word is to know Him.
There is a danger of idolizing our own knowledge of the Bible rather than remembering the point is to know Him better. (If we fail to understand that, the problem is with us, not the Bible!) J. I. Packer, in the first chapter of his book Knowing God, says this:
To be preoccupied with getting theological knowledge as an end in itself, to approach Bible study with no higher a motive than a desire to know all the answers, is the direct route to a state of self-satisfied self-deception. We need to guard our hearts against such an attitude, and pray to be kept from it. …there can be no spiritual health without doctrinal knowledge; but it is equally true that there can be no spiritual health with it, if it is sought for the wrong purpose and valued by the wrong standard.
…Our aim in studying the Godhead must be to know God himself better. Our concern must be to enlarge our acquaintance, not simply with the doctrine of God’s attributes, but with the living God whose attributes they are. As he is the subject of our study, and our helper in it, so he must himself be the end of it.
May we see Bible study and doctrine as a basis for humble worship of our King and Savior, not for prideful posturing.
God’s words have the power to bring heart-happiness.
As a new believer in Christ, I couldn’t get enough of God’s Word. At night I sometimes fell asleep with my face on an open Bible. Other times I would listen to Scripture on cassette tapes (if you’re 35 or younger you may need to Google that!). As I drifted off to sleep, my last waking memories were of God’s words.
When Jeremiah said that God’s Word “became to me a joy and the delight of my heart” (Jeremiah 15:16), he was suggesting that Scripture has a cumulative effect that increases over time. Happily, by God’s grace, I can attest to this. As our dear sister Joni Eareckson Tada says:
If you want to increase your desire for God, then get to know Him in a deeper way. And there is no better way to know Him than through His Word. Get into God’s Word, and you will get a heart for Jesus. Get passionate about Scripture, and your passion for Him will increase. Feelings follow faith…and faith comes by hearing, and hearing by the Word of God.
God promises that His Word “will not return to me empty, but will accomplish what I desire and achieve the purpose for which I sent it” (Isaiah 55:11). We live in a time where the Bible is increasingly minimized. Let’s be committed to doing everything we can to uplift and honor God’s Word, as a means of knowing and loving Him.
Photo by Nícolas Rizzon on Unsplash