Introducción, Alegría
Alégrate ahora y regocíjate porque el SEÑOR ha hecho grandes cosas. JOEL 2:21
En él, el alba de los cielos ha visitado al mundo; y felices somos, para siempre felices, si esa estrella de la mañana se levanta en nuestro corazón. MATTHEW HENRY
ESCUCHÉ DE CRISTO POR primera vez cuando era adolescente, al visitar un grupo de jóvenes de la iglesia. Al principio, las historias de la Biblia me parecían como las mitologías griegas y las historietas que tanto me gustaban. Luego leí los Evangelios, y llegué a creer que Jesús era real, y que los superhéroes son sus sombras. Sentí una alegría profunda que nunca antes había conocido.
Mi profunda alegría fue el resultado de haber nacido de nuevo, haber sido perdonado y haber recibido al Espíritu de Dios para morar en mi vida. Esta «alegría de tu salvación» (Salmo 51:12) contrastaba completamente con el vacío que había sentido antes de escuchar las «buenas noticias que darán alegría a toda la gente» (Lucas 2:10). Mis padres notaron el cambio de inmediato. (A mi mamá le gustó el cambio; a mi papá no).
Nunca consideré que las cosas que dejé para seguir a Cristo fueran un sacrificio, principalmente porque no me habían dado alegría verdadera. Mis peores días como creyente parecían ser mejores que los mejores días que tuve antes de conocer a Cristo. Jesús significaba todo para mí. No estaba tratando de ser feliz; simplemente era feliz.
Habiendo conocido a Jesús por más de cuatro décadas, me doy cuenta de que mi historia no es universal. No todos los que se acercan a Jesús experimentan el espectacular incremento de alegría que yo sentí. Muchos sí lo hacen, pero algunos ven que la alegría se va apagando.
Nada molesta más que leer un libro escrito por una persona naturalmente alegre que promueve la alegría. He conocido unas cuantas personas con actitudes alegres constantes, pero mi propia naturaleza es reflexiva y, a veces, melancólica. He pasado por etapas de depresión, tanto antes como después de conocer a Cristo: algunas debido a mi tipo de personalidad y a mi constitución emocional (y tal vez a la genética), otras ocasionadas por mi enfermedad física de larga duración (diabetes insulinodependiente) y otras veces debido a circunstancias adversas.
La infelicidad me es conocida: en este mundo bajo la maldición de la maldad y el sufrimiento, algo estaría mal si no la conociera. He investigado el holocausto, caminado por los campos de exterminio de Camboya, escrito de manera extensa sobre la persecución y el problema de la maldad y el sufrimiento, y he acompañado a personas que experimentaron tragedias y dolores profundos. En resumen, sería la última persona en escribir un libro despreocupado sobre la alegría que ignore las dificultades de la vida y niegue las luchas de vivir en un mundo caído. Pero, por la gracia de Dios, a medida que han pasado los años, he experimentado de manera más consistente una alegría sincera y un deleite en Cristo. De eso se trata este libro, no de euforia perpetua e insostenible.
Puede estar seguro de que este libro no es acerca de fingir una sonrisa en medio de la tristeza. Trata sobre descubrir una alegría deliciosa, razonable y alcanzable en Cristo, la cual trasciende las circunstancias difíciles. Esta visión es realista porque se construye sobre la soberanía, el amor, la bondad, la gracia, el gozo y los propósitos redentores absolutos de Dios en nuestra vida.
Hasta que Cristo nos sane por completo a nosotros y a este mundo, nuestra alegría será irrumpida por épocas de gran tristeza. Pero eso no significa que la alegría en Cristo no pueda prevalecer en nuestra vida. Ser felices como regla general en lugar de la excepción no es una ilusión. Tiene como fundamento hechos sólidos: Dios nos aseguró nuestra alegría eterna mediante la cruz y la tumba vacía. Él está con nosotros y en nosotros en este mismo instante. Y nos manda a ser felices en él.
«El pensamiento positivo» dice que siempre podremos ser felices si miramos el lado bueno de las cosas e ignoramos las cosas negativas (tales como el pecado, el sufrimiento, el juicio y el infierno). Yo no creo eso. Ni tampoco estoy de acuerdo con el evangelio de la prosperidad que hace de Dios un genio de la lámpara, predicado por los que proclaman y reclaman cualquier promesa, y que promete alegría mediante la salud, la riqueza y el éxito perpetuos; pero solo si logramos acopiar suficiente fe.
Esta filosofía de la salud y la riqueza no es exclusiva de los cristianos. En el libro El secreto, Rhonda Byrne cuenta sobre Colin, un niño de diez años quien estaba desalentado por las largas filas para subir a los juegos en Disney World. Colin había visto la película El secreto, por lo que se enfocó en el pensamiento que al día siguiente no tendría que esperar en la fila. ¿Qué sucedió? La familia de Colin fue seleccionada para ser la «primera familia» de Epcot ese día, y los pusieron primero en todas las filas.
Por supuesto, deberíamos estar agradecidos cuando Dios nos envía sorpresas divertidas. Pero una cosa es estar felices cuando suceden cosas así y otra muy diferente es esperar, exigir o reclamarlas.
Nuestros modelos deberían ser personas como Amy Carmichael (1867–1951), quien compartió el evangelio con incontables niños que rescató de la prostitución en los templos de la India. Ella experimentó mucho sufrimiento físico y nunca tomó licencia durante los cincuenta y cinco años que sirvió como misionera. Sin embargo, ella escribió: «No hay nada deprimente ni incierto sobre [la vida]. Fue diseñada para ser continuamente gozosa. [...] Somos llamados a una alegría estable en el Señor cuyo gozo es nuestra fortaleza».
Este libro trata sobre la increíble «alegría asentada» que Dios hace posible a pesar de las dificultades de la vida. Esta alegría abundante y duradera nos pertenece hoy porque Cristo está aquí; es nuestra mañana porque Cristo estará allí; y es nuestra para siempre porque él nunca nos dejará.
De lo que estoy escribiendo no es una filosofía superficial de «no se preocupe, sea feliz» que ignora el sufrimiento humano. Todavía no ha llegado el día en el que Dios «secará toda lágrima de los ojos [de sus hijos]» (Apocalipsis 21:4). Pero ese día sí llegará. Y esta realidad tiene efectos asombrosos en nuestra alegría actual.
TODOS RECONOCEMOS LA ALEGRÍA CUANDO LA VEMOS Y LA EXPERIMENTAMOS.
Entre los seguidores de Cristo, alegría solía ser una palabra positiva y atractiva. No tiene mucho que la alegría y el gozo fueron contrastados. Yo creo que esto no tiene fundamento desde una perspectiva bíblica e histórica y, además, tiene efectos negativos considerables, como veremos más adelante.
La risa, la celebración y la alegría ¿son dones creados por Dios, o son emboscadas que nos tienden Satanás y nuestra naturaleza pecaminosa para que caigamos en la desaprobación de Dios? Nuestra respuesta determinará si nuestra fe en Dios es arrastrada por el deber o impulsada por el deleite.
Los mejores momentos que paso con mi esposa, Nanci, y nuestros familiares y amigos están llenos de interacciones centradas en Cristo y risas sinceras. Estas no están en lados opuestos, sino entrelazadas. El Dios que amamos es el enemigo del pecado, y el creador y amigo de cosas divertidas y risas.
AL IGUAL QUE TODOS LOS REGALOS DE DIOS, LA ALEGRÍA PUEDE SER TERGIVERSADA.
Muchos cristianos en la historia de la iglesia sabían que la alegría, el regocijo, los banquetes y las fiestas son regalos de Dios. ¿Pueden estas cosas buenas ser retorcidas, egoístas, superficiales y pecaminosas? Por supuesto. En un mundo caído, ¿qué no puede serlo?
Tanto los creyentes como los no creyentes reconocen que hay una forma negativa de la alegría, la cual es la autosatisfacción a costa de los demás. La filosofía «haga todo lo que lo hace feliz» es muy popular, pero las personas que viven de esa manera terminan sintiéndose miserables y despreciadas.
¿Hay alegría superficial y egoísta? Sin duda alguna. También hay amor, paz, lealtad y confianza egoístas y superficiales. No deberíamos tirar el grano de la alegría centrada en Cristo junto con la paja de la alegría egoísta.
Aunque la búsqueda de la alegría no es algo nuevo, las personas en la actualidad parecen estar particularmente sedientas de alegría. Nuestra cultura se caracteriza por una creciente depresión y ansiedad, en particular entre los jóvenes. Los estudios muestran que las personas que se sienten mal luego de usar los medios sociales superan en número a las que se sienten bien; las fotos y los mensajes de personas que la están pasando de maravilla causan que los que las observan se sientan excluidos, como si no dieran la talla.
Muchos cristianos viven tristes, enojados, ansiosos o en soledad todos los días, pensando que esos sentimientos son inevitables teniendo en cuenta sus circunstancias. Pierden la alegría por causa del tráfico, del robo de una tarjeta de crédito o del costo en aumento del combustible. Leen las Escrituras con los ojos vendados, y se les escapan las razones para ser felices que están escritas en casi todas las páginas.
Las investigaciones indican que hay «poca correlación entre las circunstancias de la vida de las personas y lo felices que son». Sin embargo, cuando las personas responden a la pregunta «¿Por qué no es feliz?», tienen la tendencia a enfocarse en las circunstancias difíciles que están viviendo. En nuestro mundo caído, los problemas y los desafíos son constantes. Las personas felices miran más allá de sus circunstancias hacia alguien tan grande que, por su gracia, incluso las grandes dificultades se tornan manejables, y proveen oportunidades para una clase de alegría más profunda.
LA ALEGRÍA CON FRECUENCIA ES EVASIVA.
Para muchas personas, la alegría viene y va. Nos decimos a nosotros mismos: Seré feliz cuando... Sin embargo, o no conseguimos lo que queremos y no somos felices, o sí conseguimos lo que queremos y aun así no somos felices.
A veces la alegría nos elude porque exigimos perfección en un mundo imperfecto. Es el síndrome de Ricitos de Oro: todo debe ser «perfecto», o no somos felices. ¡Y las cosas nunca son perfectas! Por lo tanto, no disfrutamos de los días comunes que son un poco o bastante, o incluso en gran parte, perfectos.
A veces la alegría nos elude porque no llegamos a reconocerla cuando llega o porque no logramos considerarla ni atesorarla.
Muchas personas pasan la vida esperando ser felices. Si tan solo pudieran encontrar la persona perfecta, graduarse, mudarse, perder peso, encontrar un mejor trabajo, comprar ese auto nuevo, casarse, tener hijos, ganar la lotería, tener nietos o jubilarse... entonces serían felices.
Nuestra alegría carecerá de estabilidad hasta que nos demos cuenta de nuestra condición a la luz de la eternidad. La verdad es —y la Biblia lo deja muy claro— que esta vida es temporal, pero viviremos eternamente en alguna parte, en algún lugar que es mucho mejor o mucho peor que acá.
Podemos encontrar una alegría duradera y resuelta al decirle sí al Dios que nos creó y nos redimió, y al aceptar una cosmovisión bíblica.
TODOS TENEMOS UNA TEOLOGÍA SOBRE LA ALEGRÍA. ¿PERO SIRVE LA SUYA?
El teólogo J. I. Packer escribe: «Cada cristiano es un teólogo. Con solo hablar de Dios, sin importar lo que diga, se convierte en un teólogo. [...] La pregunta entonces es si lo está haciendo bien o no».
Para ser teólogos competentes cuando hablamos sobre Dios y la alegría, necesitamos remontarnos a siglos o milenios atrás en vez de a meses o décadas. Mis muchas citas de siglos pasados tal vez hagan que este libro parezca menos pertinente, pero en realidad lo hacen mucho más pertinente. Eso se debe a que las citas han soportado la prueba del tiempo. No son temas candentes en Twitter hoy, solo para ser olvidados mañana en el cementerio de la banalidad.
C. S. Lewis (1898–1963) habló del «esnobismo cronológico», la creencia equivocada de que las ideas nuevas son inherentemente mejores. El pueblo de Dios anterior a nosotros vivió la vida cristiana en tiempos y lugares difíciles, y con frecuencia experimentaron alegría profunda en circunstancias aparentemente insoportables. Como herreros habilidosos, forjaron la alegría en el yunque de las Escrituras, bajo el duro martillo de la vida... sonriendo todo el tiempo ante las bellezas abundantes de la creación y la providencia de Dios.
Mi esperanza es que este libro traiga equilibrio a su cosmovisión y a su caminar con Cristo al corregir, por medio de las Escrituras y la historia cristiana, las ideas equivocadas generalizadas y profundamente arraigadas sobre la alegría.
¿Por qué un libro tan grande? Porque lo que la Palabra de Dios dice sobre la alegría, y lo que el pueblo de Dios ha dicho sobre ella, no es un charco ni un estanque, ni siquiera un lago. Es un océano.
Lo invito a unirse a la larga fila de adoradores de Dios en la celebración de la alegría del Creador, quien diseñó a los portadores de su imagen para que participen de su alegría, y estuvo dispuesto a tomar medidas extremas para comprar nuestra alegría.
Photo by Dario Valenzuela on Unsplash