Capítulo 8, Alegría
Dios [...] es el único y bienaventurado Soberano, Rey de reyes y Señor de señores. 1 TIMOTEO 6:15, DHH
Donde otros ven solo los albores del amanecer asomándose sobre las colinas, yo veo el alma de Dios gritando de gozo. WILLIAM BLAKE
EN LA PELÍCULA Chariots of Fire (Carrozas de fuego), Eric Liddell es un candidato a las olimpíadas y futuro ganador de la medalla de oro; Jennie, su hermana, lo confronta sobre su decisión de entrenar para las olimpíadas. Él planea partir hacia el campo misionero, pero retrasa sus planes para intentar clasificar para la carrera de los cuatrocientos metros. Al hacerlo, Jennie piensa que él está poniendo a Dios en segundo lugar. Pero Eric ve las cosas desde una perspectiva diferente. Le explica: «Dios [...] me hizo veloz, y cuando corro, siento su deleite».
Eric y Jennie creen en el mismo Dios... y, sin embargo, no es así. Ambos temen y aman a Dios. Ambos están comprometidos con el servicio a Cristo. Pero Eric, quien sonríe cálidamente y firma autógrafos mientras su hermana mira con desaprobación, tiene algo que a ella le falta: una certeza sincera y relajada de la alegría de Dios —en su creación, en su pueblo y en todas las cosas de la vida, incluyendo los deportes y las competencias—.
Eric desea servir a Dios tanto como lo desea su hermana, pero él percibe el deleite y el propósito de Dios al hacerlo un corredor veloz. Si Dios se deleita en la majestad de un caballo (vea Job 39:19-25), seguramente encuentra aún mayor deleite en ver a Eric correr solo por el puro gozo de hacerlo. Debido al gozo centrado en Dios que este talento le da, Eric le dice a Jennie que dejar de correr «sería despreciar a Dios».
Tanto Eric como su hermana quieren alcanzar al mundo con el evangelio. Pero la buena noticia de Eric es una noticia mucho mejor. ¿Por qué? Porque se trata de algo más que la liberación del Infierno. Él entiende que la mente y el corazón de Dios se involucran con deleite en todo lo que ha creado, no solo en la iglesia y el ministerio. La creencia de Liddell de un Dios feliz convierte su vida en algo profundamente atractivo.
¿POR QUÉ IMPORTA SI CREEMOS QUE DIOS ES FELIZ Y BONDADOSO?
¿Qué explica la razón por la cual los cristianos no viven la alegría y el gozo sobre los cuales habla la Biblia a menudo? Estoy convencido de que una razón principal —tal vez la razón principal— es que muchas personas que creen en Dios no creen que Dios mismo es feliz.
No siempre estoy de acuerdo con la teología de Terence Fretheim, pero aquí hace buenas preguntas:
La iglesia ha puesto más énfasis en la falta de felicidad de Dios —mayormente en la ira de Dios hacia el pecado de la humanidad— que en la alegría divina. ¿Tiene dicho énfasis un efecto negativo sobre lo que las personas piensan de Dios y sobre cómo viven su vida? [...] La falta de atención a la alegría divina ¿contribuye al rostro severo y serio que a menudo tienen tantos cristianos? ¿Cómo podría un mayor énfasis en el gozo divino afectar positivamente las enseñanzas y prédicas de la iglesia y el bienestar de los cristianos?
Jesús dijo: «Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él» (Juan 14:23, RVA-2015). ¿Preferiría compartir su hogar con alguien que le causa desdicha o alegría? Las Escrituras hablan de la ira de Dios, pero ¿es su ira una respuesta temporal al pecado, o es su condición eterna y estándar? Casi todos los cristianos creen que Dios es bueno, pero muchos no creen que tenga buen carácter.
Cuando pensamos en Dios como un ser feliz, vemos cómo su alegría se desborda en todo lo que hace. Si su vecino gruñón le preguntara: «¿Qué está haciendo?», lo interpretaría como una pregunta sospechosa y condenatoria. Pero si su vecino alegre le hiciera la misma pregunta, sonreiría y hablaría de sus planes. Interpretamos las palabras de las personas según como percibamos su carácter y actitud. Lo mismo sucede con la perspectiva que tenemos de Dios.
Teniendo en cuenta lo que la mayoría de las personas opinan sobre Dios, no es una sorpresa que lean la Biblia negativamente, enfocándose selectivamente en su ira y juicio a la vez que pasan por alto su misericordia, su gracia y su alegría. Dios parece antagónico y castigador porque creen que se opone a nosotros y a nuestra alegría.
Las mismas Escrituras, desde la perspectiva de los que consideran a Dios como afectuoso y feliz, muestran de manera enfática que nuestro bienestar es lo que más le interesa a Dios. Para ellos, la Biblia se transforma en un documento cálido y vivo en lugar de un juego de reglas arbitrarias y severas. Si creemos que «Dios está a favor de nosotros» (Romanos 8:31), entonces incluso cuando las Escrituras denuncien nuestro pecado, confiaremos en él, porque él desea tratar nuestro pecado con su gracia perdonadora y fortalecedora. Nos damos cuenta de que la alegría que sentimos en agradecimiento por lo que él ha hecho por nosotros hace feliz a Dios también.
¿DÓNDE SE ORIGINA LA ALEGRÍA?
Algunas personas suponen que la alegría es exclusivamente humana, que no tiene relación con la naturaleza de Dios: así como nos dio un cuerpo y el hambre, que él no tiene, nos dio la capacidad para la alegría, que él tampoco tiene. Yo creo algo completamente diferente: ¡que Dios quiere que seamos felices porque él es feliz! ¡Él valora su alegría y nos valora a nosotros y, por lo tanto, valora nuestra alegría!
El profesor del Antiguo Testamento Brent Strawn escribe: «En la Biblia, Dios es feliz, y la alegría de Dios afecta e infecta al resto del mundo que no es Dios, incluyendo a los seres humanos». La última parte de la oración depende de la primera: si Dios no es feliz, no tiene alegría con la cual «infectarnos».
Ser piadoso significa reflejar a Dios. Si Dios no es feliz, deberíamos buscar la desdicha, lo cual es tan poco probable como desarrollar apetito por la grava. Si seguir a Jesús significa tener que dejar de lado la alegría, y fuimos diseñados para desear la alegría, entonces solo podemos fracasar como cristianos.
Si analizamos las Escrituras cuidadosamente, descubrimos a un Dios feliz que desea que extraigamos alegría de él. Sin embargo, ¿cuántos cristianos han escuchado alguna vez un sermón, leído un libro, sostenido un debate o meditado sobre la alegría de Dios?
No escuché hablar ni una sola vez sobre la alegría de Dios en la iglesia, en el instituto bíblico o en el seminario. Siempre he sido un lector voraz, inhalando cientos de libros, incluyendo obras teológicas. Pero nunca leí sobre la alegría de Dios hasta fines de la década de 1980, luego de haber sido pastor durante diez años. Los libros Sed de Dios y Los deleites de Dios de John Piper me presentaron un tema sobre el cual debería haber escuchado durante los primeros meses en que asistí a la iglesia en mi adolescencia.
¿Por qué me llevó tanto tiempo escuchar sobre lo que la Biblia enseña con tanta claridad? Porque la alegría de Dios simplemente no estaba dentro de mi rango de búsqueda, ni era de interés para mi iglesia o escuela. Se insistía en el amor, la misericordia y la gracia de Dios —no solo en su justicia e ira— por lo que tal vez debí haber deducido que Dios era feliz. Pero el pensamiento nunca me cruzó por la mente.
Creo que es fundamental que no dejemos que nuestros hijos y las futuras generaciones de cristianos tengan que descubrir por sí mismos que Dios es feliz. La mayoría nunca lo harán. ¿Cómo podrían, a menos que su familia y su iglesia les enseñen y pongan de manifiesto la alegría centrada en Dios en sus propias vidas? Necesitamos contarles que el pecado, el sufrimiento, la vergüenza y la desdicha son condiciones temporales para el pueblo de Dios. De una vez y para siempre seremos justos, saludables, libres de la vergüenza y felices. Una vez que estemos en su presencia, nunca más experimentaremos la ira, el juicio y la disciplina de Dios que vemos en las Escrituras (que son importantes y correctos, pero incluso ahora no anulan la alegría y el amor de Dios).
Estoy convencido de que en el nuevo universo, llamado en las Escrituras el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra, el atributo de la alegría de Dios será visible en todos lados. Cuando mueran sus seguidores, Cristo no les dirá: «Ve y sométete a la crueldad de tu amo» sino «¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!» (Mateo 25:21, NVI). La expectativa de oír esas palabras maravillosas puede sostenernos durante todos los sufrimientos y las pruebas de nuestra vida presente.
LA COMPRENSIÓN DE LA ALEGRÍA DE DIOS CAMBIA NUESTRA VIDA.
Un adolescente vino a verme con preguntas sobre su fe. Había asistido a la iglesia toda su vida, pero ahora tenía algunas dudas. Le aseguré que incluso los escritores de la Biblia batallaban a veces. El joven no estaba cuestionando ninguna creencia cristiana básica, y no necesitaba seis evidencias de la resurrección de Cristo, por lo que le hablé sobre la santidad y la alegría.
—¿Qué significa la santidad de Dios? —le pregunté.
Su respuesta clara y bíblica:
—Él es perfecto, sin pecado.
—Absolutamente verdadero. ¿Te atrae a Dios pensar sobre su santidad?
Respondió con tristeza:
—No.
Le pregunté si quería ser santo el 100 por ciento del tiempo.
—No.
—Yo tampoco. Debería, pero no quiero.
Luego lo sorprendí.
—Adivina qué es lo que sí quieres el 100 por ciento del tiempo.
No sabía.
—¿Has pensado, aunque sea una vez, No quiero ser feliz?
—No.
—¿No es eso lo que realmente quieres: alegría?
Su expresión decía: «Culpable de los cargos». Los amigos, los videojuegos, los deportes, los estudios —todas las actividades, todas las relaciones— entraban en su deseo de ser feliz. Pero podía ver que sentía que este anhelo era no espiritual.
Le dije que la palabra que se traduce «bendito» en 1 Timoteo 1:11 y 6:15 se refiere a la alegría de Dios. Le pedí que memorizara esos versículos, reemplazando «bendito Dios» con «Dios feliz».
Luego le pedí que hiciera una lista de todo lo que le señalara la alegría de Dios: ir de mochilero, la música, jugar al hockey, sus comidas favoritas. Dije: «Dios pudo haber hecho a la comida sin sabores, pero es un Dios feliz, por lo que creó un mundo lleno de alegría. Eso significa que le puedes agradecer por tu comida favorita, la música, el ping-pong y, por encima de todo, por morir en la cruz para que pudieras conocerlo y ser feliz para siempre».
Este jovencito había visto al cristianismo como una lista de cosas que debía hacer que no lo harían feliz y una lista de cosas que no debía hacer que sí lo harían feliz.
Nunca le restaría importancia a la santidad de Dios. La santidad y la alegría son inseparables. Sin embargo, la mayoría de los cristianos que han escuchado «Dios es santo» innumerables veces, no han escuchado «Dios es feliz». No miran al mundo a través de los lentes de la alegría de Dios.
SI DIOS NO ES FELIZ, ¿CÓMO PUEDE HACERNOS FELICES?
En su libro clásico The Knowledge of the Holy (El conocimiento del Dios santo), que influyó en mí profundamente como nuevo creyente, A. W. Tozer escribió: «Lo que viene a nuestra mente cuando pensamos en Dios es lo más importante sobre nosotros. [...] Ninguna religión ha sido jamás más grande que su opinión de Dios. [...] El hecho más ominoso sobre cualquier hombre no es lo que él pueda decir o hacer en un momento determinado, sino lo que en lo profundo de su corazón piensa que Dios es».
Es narcisista pensar en Dios solo en términos de cuán afectuoso, irascible, perdonador, justo o paciente es en relación con nosotros. Somos tan solo criaturas, advenedizas, increíblemente pequeñas. Él es el Creador, sin principio ni fin, constantemente dinámico y vigoroso. Su identidad y su carácter no dependen de nosotros. Ya era alguien antes de que lo conociéramos; y si nunca lo hubiéramos conocido, habría mantenido su identidad. Por lo tanto, la pregunta no es simplemente si Dios es feliz con nosotros, sino si Dios, en sí mismo, es feliz.
Jonathan Edwards dijo: «Tiene importancia infinita [...] saber qué clase de ser es Dios. Porque él es [...] la única fuente de nuestra alegría». Edwards sabía que así como un Dios indiferente no podría darnos amor, un Dios desdichado no podría ser nuestra fuente de alegría.
DIOS ES UN SER PERSONAL CON EMOCIONES REALES, INCLUYENDO ALEGRÍA.
Siglos atrás, los teólogos formularon una doctrina llamada la impasibilidad de Dios. Sostenían que Dios no tiene pasiones, según «La confesión de fe de Westminster», un documento de 1646 que escribieron los líderes de la Iglesia de Inglaterra. Su motivación era ser fieles a los pasajes de las Escrituras que dicen que «Dios no es un hombre» (Números 23:19) y que él «nunca cambia ni varía como una sombra en movimiento» (Santiago 1:17).
Estaban en lo correcto al distanciar a Dios de las emociones humanas erráticas. Lamentablemente, muchos entendieron que esto significaba que Dios no tiene emociones. J. I. Packer tiene un enfoque diferente:
[La impasibilidad] no significa que Dios sea [...] inconmovible [...], sino que ningún ser creado puede ocasionarle dolor, sufrimiento o angustia por su propia voluntad. En la medida que él entre en sufrimiento o dolor [...] es por su propia decisión deliberada; él nunca es una víctima desafortunada de sus criaturas. [...] El gozo y el deleite no le son desconocidos. [...] Su gozo es permanente y no puede ser oscurecido por el dolor involuntario.
Dios siente amor, compasión, ira y alegría. Nunca se siente abrumado por emociones perturbadoras, ni está sujeto al sufrimiento impuesto por las personas. Pero sí siente profundamente el sufrimiento de sus hijos.
Si su padre humano le dijera que lo ama pero nunca lo demostrara con sus emociones, ¿le creería? Si pensamos que Dios no tiene emociones, es imposible creer que él se deleita en nosotros o sentir su amor. Esa es una razón por la que creer en la alegría de Dios puede ser un avance para las personas que lo aman.
DIOS EXPERIMENTA UN AMPLIO RANGO DE EMOCIONES SIN PERDER SU ALEGRÍA.
Cuando digo que soy feliz y que mi perra es feliz, no quiero significar que nuestras experiencias son idénticas. Yo soy feliz en mi forma humana; ella es feliz en su forma perruna. De la misma manera, cuando digo que Dios es feliz, no quiero decir que su experiencia sea idéntica a la nuestra, pero sí es comparable.
A pesar de que Dios no es un ser físico, sí es un ser espiritual, y sí tiene atributos de persona. De otro modo, serían engañosos los pasajes que le adjudican cualidades emocionales que él no tiene.
Dios nos ordena no causarle «tristeza» al Espíritu Santo (Efesios 4:30, BLPH). Se dice que Dios se «enojó» (Deuteronomio 1:37), que «sentía compasión» (Jueces 2:18, DHH) y que se «agradó» (1 Reyes 3:10).
Este pasaje sobre la compasión de Dios contiene una declaración extraordinaria: «Cuando ellos sufrían, él también sufrió» (Isaías 63:9). Se usa una forma de la misma palabra para describir tanto el sufrimiento de Israel como el de Dios. Sí, nuestro sufrimiento puede involucrar sentimientos que Dios no tiene, tales como impotencia o incertidumbre. Pero es claro que Dios quiere que veamos la similitud entre nuestro sufrimiento emocional y el suyo. Si Dios siente el rango completo de emociones humanas no pecaminosas, según indican las Escrituras, parece lógico pensar que también siente alegría.
Spurgeon explicó:
Se nos ha inculcado la idea de que el Señor está por encima de las emociones, sean de dolor o placer. Por ejemplo, la aseveración de que no puede sufrir siempre se establece como un postulado obvio. [...] En lo que a mí respecta, me regocijo en alabar al Dios vivo, quien, debido a que está vivo, ¡sí sufre y se regocija! [...] Considerarlo como completamente impasible e incapaz de sentir algo que se parezca a la emoción, para mi mente, no exalta al Señor, sino que lo rebaja al nivel de los dioses de piedra o madera que no pueden compadecerse de sus devotos.
Ellen Charry escribe: «Si la doctrina de Dios no puede permitir la vida emocional de Dios, algo está mal con la doctrina: no responde enteramente a la totalidad del testimonio bíblico».
LA ALEGRÍA DE DIOS NUNCA EVITA QUE ÉL SE DUELA POR SU PUEBLO Y CON SU PUEBLO.
Si usted está pasando por un gran sufrimiento en este momento, el mensaje «Dios es siempre feliz» tal vez lo perturbe. Podría reaccionar de la manera que lo haría si le dijera a un amigo: «A mi hija le acaban de diagnosticar leucemia», y su amigo le respondiera: «Yo siempre estoy feliz; por lo tanto, no dejaré que eso me perturbe».
La alegría de Dios, aunque es constante, nunca se debería malinterpretar como indiferencia. He aquí algunos ejemplos de la compasión de Dios por su pueblo:
- Los israelitas seguían gimiendo bajo el peso de la esclavitud. Clamaron por ayuda, y su clamor subió hasta Dios, quien oyó sus gemidos (Éxodo 2:23-24).
- Luego el SEÑOR le dijo: «Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. [...] Estoy al tanto de sus sufrimientos. Por eso he descendido para rescatarlos» (Éxodo 3:7-8).
- Él siente compasión por los débiles y los necesitados, y los rescatará (Salmo 72:13).
- Cuando ellos sufrían, él también sufrió. [...] En su amor y su misericordia los redimió; los levantó y los tomó en brazos a lo largo de los años (Isaías 63:9).
Pero si Dios siente tanta compasión por nuestros dolores, ¿cómo puede seguir siendo feliz mientras sufrimos? Él lo sabe todo, por lo que nada lo toma por sorpresa. Él es todopoderoso, por lo que no hay nada que quiera hacer y no pueda. Él es totalmente afectuoso y bueno; y es capaz de, y está comprometido a, darles el bien supremo a sus hijos.
Dios mismo nos muestra con su ejemplo su mandamiento inspirado de regocijarse siempre. Se compadece de todos sus hijos que sufren, pero se regocija en comprar nuestra redención y hacernos más como Jesús. Con gozo prepara un lugar para nosotros, y tiene planes felices para toda la eternidad. Tiene el poder para lograr todo, así como el conocimiento de que ciertamente todo sucederá.
Aunque estoy agradecido de que Dios se interesa profundamente por mí, también estoy agradecido de que cuando me siento desdichado, no significa que Dios se sienta de la misma manera. Así como un buen padre se conmovería por el dolor de su hija cuando su novio la deja, Dios puede sentir nuestro dolor y, a la misma vez, mantener su propia alegría. Dios el Padre tiene una imagen infinitamente más grande del bien final y eterno que con certeza logrará para nosotros. Nada está fuera de su control. Por lo tanto, nada es motivo de ansiedad. Dios no se inquieta.
CUANDO LA DESDICHA ENTRÓ AL MUNDO, NO DESBARATÓ LOS PLANES DE DIOS DE DARNOS ALEGRÍA ETERNA.
El diseño original de Dios fue la alegría absoluta de toda su creación. Sí, Satanás se rebeló. Sí, Adán y Eva libremente escogieron el pecado, y con este la muerte y el sufrimiento. Y sí, el Dios todopoderoso y feliz pudo haber intervenido para evitar que escogieran eso. Si esa intervención le hubiera dado a él más gloria y a nosotros nos hubiera ocasionado mayor bien, no hay duda de que lo hubiera hecho. Pero Dios, en su sabiduría, decidió que ni la rebelión ni el pecado podrían desbaratar su plan de promover su alegría y la de su pueblo.
Una vez que el pecado separó a Adán y Eva del Dios feliz, toda la alegría que quedó para ellos fue secundaria o derivada. Los alimentos sabrosos, las flores fragantes, las asombrosas puestas del sol: apenas destellos de la relación perfecta e íntima con Dios que disfrutaron una vez. Incluso cuando se arrepintieron, la pena de muerte de la Caída y el peso de la Maldición transformaron su experiencia de la alegría misma de Dios en algo oscuro y distante.
El novelista inglés George Orwell (1903–1950), quien era escéptico en cuanto al relato bíblico, escribió: «Por supuesto, ninguna persona honesta afirma que la alegría es ahora una condición normal entre personas adultas». El «ahora» de Orwell sugiere precisamente lo que la Biblia revela: que la alegría alguna vez fue una condición normal.
El puritano William Bates sostiene: «Dios permitió la caída del hombre para elevarlo a una alegría más excelente y estable. Adán fue ennoblecido con el señorío sobre el mundo inferior, y se sentó como un príncipe en el paraíso; pero su alegría dependía de su obediencia. [...] El perdón del pecado es el fundamento de la alegría eterna».
LA ALEGRÍA DE DIOS RESPLANDECERÁ, SIN LÍMITES, EN LA RE-CREACIÓN DE LA TIERRA.
Dios espera con gozo su nueva creación, y lo hace por causa de su propia alegría y la de su pueblo. Observe la combinación de su gozo con el gozo humano en este pasaje:
¡Miren! Estoy creando cielos nuevos y una tierra nueva. [...] Alégrense; regocíjense para siempre en mi creación. ¡Y miren! Yo crearé una Jerusalén que será un lugar de alegría y su pueblo será fuente de alegría. Me gozaré por Jerusalén y me deleitaré en mi pueblo. Y el sonido de los llantos y los lamentos jamás se oirá en ella. ISAÍAS 65:17-19
En la Nueva Tierra, Dios será feliz con nosotros, y la desdicha desaparecerá de una vez y para siempre. No habrá más enemistades, cáncer, guerras, traición o accidentes automovilísticos; no más pecado ni sufrimiento.
El clérigo e historiador inglés Thomas Fuller (1608–1661) dijo: «No cree el que no vive conforme a su creencia. Si esto es verdad, creo que es apropiado decir que muchos cristianos no creen que Dios es feliz.
Si en realidad lo creyéramos, ¿no seríamos más felices?
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