El miedo viene en muchas formas. Podemos tener miedo de tomar la decisión equivocada o decepcionar a nuestros amigos. También podemos temer que nuestros hijos sean secuestrados, que los frenos del automóvil fallen, o que el avión se estrelle. Podemos sentir temor por el futuro de nuestro país y la dirección del mundo que nos rodea.
Nuestra respuesta inmediata a una situación amenazadora como un ruido fuerte o un grito suele ser un temor reflexivo o involuntario. Este miedo inicial es incontrolable. Sin embargo, podemos controlar aquello que permitimos que entre a nuestras mentes y emociones después de nuestra respuesta inicial. Si no ejercemos control sobre ello, si dejamos que haya temor inicial sin domar, se convertirá en un pavor prolongado, o incluso paranoia.
Un temor malsano puede ser síntoma de una falta de perspectiva eterna. Ed Welch escribe: “El miedo nos muestra solo una parte. El miedo nos muestra que podemos perder algo que nos es preciado, como nuestro dinero, nuestra salud, o la salud de alguien que amamos. Nos muestra con agudeza microscópica el potencial de pérdida. Pero no muestra la presencia de Dios, ni su fidelidad a sus promesas, ni se fija en realidades invisibles, sino que está dominado por lo que se ve a simple vista (2 Corintios 4:18)”.
Se nos dice que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Ya sea que sufras de fobias específicas, un miedo crónico al daño o la muerte tuya o de tus seres queridos, o cualquier otro temor, aquí hay algunas sugerencias para manejarlas.
Tres estrategias para combatir el temor
Enfréntate a tus miedos compartiéndolos. El temor crece más cuando acecha en las sombras. Cuéntale a alguien más y encontrarás que los temores son más comunes de lo que piensas. Muchas personas sufren de lo que podría llamarse “fobia al miedo”. Tienen miedo de que su temor signifique que son anormales.
Compartir tus miedos con alguien en quien confíes, y descubrir que otros luchan con problemas similares, puede brindarte alivio y ayudarte a que sea más fácil manejar tus miedos.
Haz morir de hambre tus miedos, no los alimentes. Una vez que se comparte un temor, no se debe permanecer pensando en ello. Hablar demasiado sobre los miedos tiende a alimentarlos o reforzarlos, lo que hace que sea más difícil deshacerte de ellos.
Otra área para evaluar son tus hábitos de tele-espectador. ¿Qué estás asimilando a través de la televisión, las películas, el Internet, y las redes sociales? ¡No podemos llenar nuestra mente con lo que es malo y desagradable y esperar estar en paz!
Si temes la violencia contra ti y tu familia, es mejor que no veas películas violentas y programas de televisión que alimenten tus miedos. En ese caso, sería mejor no leer el periódico o ver las noticias en la televisión, ya que se especializan en crímenes violentos y catástrofes. Los estudios demuestran que los espectadores crónicos de la televisión ven el mundo como mucho más peligroso de lo que realmente es.
Aparta tu enfoque de tu miedo y apúntalo hacia Dios. Lee las Escrituras, memorízalas, y ora acerca de tu miedo. Hay cientos de “no temas” en la Biblia. La declaración más común es: “No temas, porque Yo estoy contigo” (Génesis 26:24). Dios conoce nuestras flaquezas y temores, y Él es presto para tranquilizarnos:
“¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9).
“Porque Él mismo ha dicho: ‘Nunca te dejaré ni te desampararé’, de manera que decimos confiadamente: ‘El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?’” (Hebreos 13:5–6).
“Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4).
Charles Spurgeon dijo: “El temor de Dios es la muerte de todos los demás temores; es como un león poderoso que persigue a todos los otros temores”. Las Escrituras están llenas de mandamientos a temer a Dios, y también están llenas de mandatos para no tener miedo. Si temes a Dios, no debes temerle a nadie ni a nada más, ni siquiera al diablo. Si no le temes a Dios, al final le temerás a muchas cosas aparte de Él. Se nos dice que “en el temor del Señor hay confianza segura” (Proverbios 14:26).
¿Y si...?
¿Pero y si tus miedos se hacen realidad o ya se han hecho realidad? Ed Welch lo expresa de esta manera: “Nuestros peores temores pueden venir, pero no podemos imaginar la inmensa gracia que Dios derramará sobre nosotros por causa de ellos”.
Puede ayudarte recordar que incluso si uno de tus temores se hace realidad, Dios ha prometido que lo usará para tu bien eterno (Romanos 8:28). Todo lo que llega a tu vida, sí, incluso el mal y el sufrimiento, es filtrado por el Padre. Existe un gran consuelo en meditar en tus verdaderas y eternas circunstancias: tu Salvador ha venido para liberarte, ha asegurado tu resurrección y tu vida eterna, está por ti y no contra ti, y nunca, bajo ninguna circunstancia, permite que nada te separe de su amor.
Se nos dice que Cristo intercede por nosotros (Romanos 8:34). Ya que las oraciones de un hombre justo son efectivas (Santiago 5:16), ¿qué podría ser más efectivo que las oraciones de Cristo por ti? Qué alentador es saber que, incluso si nadie más conoce tus necesidades, preocupaciones y temores, ni está orando por nosotros, Cristo lo hace y lo está haciendo. Robert Murray M’Cheyne escribió: “Si pudiera escuchar a Cristo orando por mí en la habitación de al lado, no temería ni a un millón de enemigos. Pero la distancia no hace ninguna diferencia. Él está orando por mí”.
La promesa de Dios sobre su presencia es una fuente tanto de consuelo como de valentía: “No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de Mi justicia”(Isaías 41:10). Jesús nos ha prometido que no importa qué, “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
Una oportunidad para una mayor dependencia
En una época de oscuro sufrimiento y temor, David afirmó: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré temor? […] Si un ejército acampa contra mí, no temerá mi corazón; si contra mí se levanta guerra, a pesar de ello, yo estaré confiado […]. Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá […]. Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor” (Salmos 27:1, 3, 10, 13-14).
Mi esposa Nanci sufrió lo que ella llama su “año de temor y ansiedad esporádica que me hizo enamorarme de Dios”. Nanci conoce a Dios desde la infancia y confió en Él a través de las demandas en mi contra, arrestos, y pérdida de empleo, y luego a través de la muerte de su madre y otras pérdidas (y amenazas). Pero ese año inexplicable de su vida, no relacionado con ningún evento traumático externo, la cambió. Ella lo enfrentó diciéndole a Dios, mañana y noche, cuánto lo amaba.
Ella ha continuado su hábito de alabanza e intimidad con Dios, que se desarrolló cuando el miedo cotidiano y el pavor cayeron sobre ella. Las demoledoras emociones de ese tiempo se han ido; el sentimiento de intimidad con su Salvador permanece. Hasta el día de hoy, Nanci se regocija en el amor de Dios por ella y su amor por Él de una manera que nunca hubiera conocido sin ese año que, de otro manera, podría describir como infernal.
Tu lucha contra el miedo puede ser una oportunidad para tener una mayor dependencia en tu Salvador, y una oportunidad para fijar tus ojos en lo que no se ve. John Newton lo escribió bien: “Si el Señor está con nosotros, no tenemos causa de temor. Su ojo está sobre nosotros, su brazo por encima de nosotros, su oído abierto a nuestra oración, su gracia suficiente, su promesa inmutable”.
Facing Fear with Faith
Fear comes in many forms. We can fear making the wrong decision or disappointing our friends. We can also fear that our children will be snatched, the car brakes will fail, or the plane will crash. We may experience fear about our country’s future and the direction of the world around us.
Our immediate response to a threatening situation like a loud noise or a scream is usually a reflexive or involuntary fear. This initial fear is uncontrollable. What we allow to settle into our minds and emotions after our initial response, however, is controllable. If we do not exercise control over it, if we leave the initial fear untamed, it turns into long-term dread or even paranoia.
Unhealthy fear can be a symptom of a lack of eternal perspective. Ed Welch writes, “Fears see only in part. They see that we might lose something dear to us, such as our money, our health or the health of someone we love. They see the potential for loss with microscopic acuity. But they don’t see God’s presence, they don’t see His faithfulness to His promises, they don’t fixate on unseen realities but are dominated by what is merely seen with the naked eye (2 Corinthians 4:18).”
We’re told that “For God gave us a spirit not of fear but of power and love and self-control” (2 Timothy 1:7).
Whether you suffer from specific phobias, a chronic fear of harm or death to yourself or loved ones, or any other fear, here are some suggestions for handling them.
Three Strategies for Fighting Fear
Face your fears by sharing them. Fear thrives most when it lurks in the shadows. Tell someone else and you’ll find that fears are more common than you think. Many people suffer from what could be called “fear phobia.” They’re afraid their fear means they are abnormal.
Sharing your fears with someone you trust, and finding out others struggle with similar issues, may bring you relief and help make them easier to handle.
Starve your fears—don’t feed them. Once a fear is shared, it should not be dwelt on. Talking too much about fears tends to feed or reinforce them, making it more difficult to shake them.
Another area to check is your viewing habits. What are you taking in through television, movies, the internet, and social media? We can’t fill our mind with what is evil and dreadful and expect to be at peace!
If you fear violence to yourself and your family, it’s better that you don’t watch violent movies and television programs that feed your fears. For that matter, you’d do better not to read the newspaper or watch the news on television since they major in violent crimes and catastrophes. Studies show that chronic television watchers see the world as being far more dangerous than it really is.
Shift your focus away from your fear and toward God. Read Scripture, memorize it, and pray about your fear. There are hundreds of “fear nots” in the Bible. The most common statement is, “Fear not, for I am with you” (Genesis 26:24). God knows our frailties and fears, and He is quick to reassure us:
Be strong and courageous. Do not be terrified; do not be discouraged, for the LORD your God will be with you wherever you go (Joshua 1:9, AMP).
God has said, “Never will I leave you; never will I forsake you.” So we say with confidence,
“The Lord is my helper; I will not be afraid. What can man do to me?” (Hebrews 13:5–6, NIV)
I sought the LORD, and he answered me; he delivered me from all my fears. (Psalm 34:4, NIV)
Charles Spurgeon said, “The fear of God is the death of every other fear; like a mighty lion, it chases all other fears before it.” Scripture is full of commands to fear God and it is also full of commands not to be afraid. If you fear God, you need fear no one and nothing else, even the devil. If you do not fear God, you will ultimately fear many things besides Him. We’re told that “In the fear of the LORD one has strong confidence” (Proverbs 14:26).
What If?
But what if your fears do happen or have already happened? Ed Welch put it this way: “Our worst fears may come upon us, but we cannot imagine the immense grace that God will pour out on us for them.”
It can help to remind yourself that even if one of your fears becomes reality, God has promised He will use it for your eternal good (Romans 8:28). Everything that comes into your life—yes, even evil and suffering—is Father-filtered. There is great comfort in meditating on your true, eternal circumstances: your Savior has come to deliver you, has secured your resurrection and eternal life, is for you and not against you, and never under any circumstances allows anything to separate you from His love.
We’re told that Christ intercedes for us (Romans 8:34). Since the prayers of a righteous man are effective (James 5:16), what could be more effective than Christ’s prayers for you? What an encouragement to know that even if no one else knows your needs, worries, and fears, and is praying for us, Christ does and is. Robert Murray M’Cheyne wrote, “If I could hear Christ praying for me in the next room, I would not fear a million enemies. Yet distance makes no difference. He is praying for me.”
God’s promise of His presence is a source of both comfort and courage: “Fear not, for I am with you; be not dismayed, for I am your God; I will strengthen you, I will help you, I will uphold you with my righteous right hand” (Isaiah 41:10). Jesus has promised us that no matter what, “I am with you always, even to the end of the age” (Matthew 28:20, NLT).
An Opportunity for Greater Dependence
In a time of dark suffering and dread, David affirmed, “The LORD is my light and my salvation—whom shall I fear? The LORD is the stronghold of my life—of whom shall I be afraid?... Though an army besiege me, my heart will not fear; though war break out against me, even then will I be confident.... Though my father and mother forsake me, the LORD will receive me.... I will see the goodness of the LORD in the land of the living. Wait for the LORD; be strong and take heart and wait for the LORD” (Psalm 27:1, 3, 10, 13–14).
My wife Nanci suffered through what she calls her “year of fear and free-floating anxiety that made me fall in love with God.” Nanci knew God from childhood and trusted Him all through my lawsuits, arrests, and job loss, then through her mother’s death and other losses (and threatened ones). But that inexplicable year of her life, unrelated to any outside traumatic event, changed her. She coped by telling God, morning and night, how much she loved Him.
She has continued her habit of praise and intimacy with God that developed when daily fear and dread fell upon her. The crushing emotions of that time have departed; the sense of intimacy with her Savior remains. To this day Nanci rejoices in God’s love for her and her love for Him in ways she never would have known without that year she otherwise could describe as hellish.
Your struggle with fear can be an opportunity for greater dependence on your Savior, and an opportunity to fix your eyes on what is unseen. John Newton penned it well: “If the Lord be with us, we have no cause of fear. His eye is upon us, His arm over us, His ear open to our prayer—His grace sufficient, His promise unchangeable.”
Photo by Tirza van Dijk on Unsplash