No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas. En aquel día se alzará la raíz de Isaí como estandarte de los pueblos; hacia él correrán las naciones, y glorioso será el lugar donde repose. — Isaías 11:9-10
El cielo, como el hogar eterno del Hombre divino y de todos los miembros redimidos de la raza humana, necesariamente debe ser completamente humano en su estructura, condiciones y actividades. [1] —A. A. Hodge
En referencia a una Tierra bajo maldición, Dios dice: “Mi gloria . . . llena toda la tierra” (Números 14:21). Pero el universo experimentará un despliegue aún mayor de la gloria de Dios, uno que involucrará a los hombres y a las mujeres y a las naciones redimidas en una Tierra redimida. Es en la Tierra que Dios promete que “se revelará la gloria del Señor, y la verá toda la humanidad” (Isaías 40:5). Que Dios será glorificado en la Tierra es central a innumerables profecías bíblicas, incluyendo las siguientes:
“Muy cercano está para salvar a los que le temen, para establecer su gloria en nuestra tierra” (Salmo 85:9).
“Vi que la gloria del Dios de Israel venía del oriente . . . y la tierra se llenó de su gloria” (Ezequiel 43:2).
En ambos pasajes, la palabra que se usa es erets, que quiere decir “tierra.” Ezequiel vio la gloria de Dios en las puertas de Jerusalén, manifestada no en alguna forma de reino inmaterial sino en la Tierra.
Muchos pasajes también prometen que la gloria de Dios será manifestada a todas las naciones en la Tierra, particularmente en la Nueva Jerusalén:
“Las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu gloria; por cuanto Jehová habrá edificado a Sion, y en su gloria será visto” (Salmo 102:15-16, RV60).
“‘Anunciarán mi gloria entre las naciones. Y a todos los hermanos que ustedes tienen entre las naciones los traerán a mi monte santo en Jerusalén, como una ofrenda al Señor; los traerán en caballos, en carros de combate y en literas, y en mulas y en camellos,’ dice el Señor” (Isaías 66:19-20).
El reino de Dios y su dominio no son acerca de lo que sucede en algún lugar remoto, etéreo; en cambio, son acerca de lo que pasa en la Tierra, la cual Dios creó para su gloria. Dios ha unido su gloria a la Tierra y a todo lo que se relaciona con ella: los seres humanos, los animales, los árboles, los ríos, todas las cosas.
Ambos, Isaías y Juan, usando lenguaje similar declaran que en la Nueva Tierra “los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas” a la Nueva Jerusalén, y que “llevarán a ella . . . el honor de las naciones” (Apocalipsis 21:24, 26; compare con Isaías 60:3, 5). En su excelente interpretación de Isaías y Apocalipsis en When the Kings Come Marching In [Cuando Vengan los Reyes], Richard Mouw señala que los mismos barcos de Tarsis y los árboles del Líbano mencionados en Isaías 60 se consideran en otros lugares como objetos de orgullo humano que Dios promete hacer desaparecer (Isaías 2:12-13, 16-18).
Isaías habla de un día de juicio en el cual “los hombres se meterán en las cuevas de las rocas, y en las grietas del suelo, ante el terror del Señor y el esplendor de su majestad, cuando él se levante para hacer temblar la tierra” (2:19). Este lenguaje es muy evocador de la descripción de Dios de los tiempos finales del juicio, en los que los hombres trataron de esconderse “en las cuevas y entre las peñas de las montañas” (Apocalipsis 6:15).
En Isaías 10:34, el profeta nos dice que Dios “derriba con un hacha la espesura del bosque, y el esplendor del Líbano se viene abajo.” Debido a que la gente pone su orgullo y esperanza en “sus” bosques y barcos, Dios demostrará su superioridad trayendo abajo los bosques y hundiendo los barcos.
Bien, si los árboles del Líbano y los barcos de Tarsis son destacados como que van a ser destruidos en el futuro juicio de Dios, ¿cómo pueden ellos, como indica Isaías 60, aparecer de nuevo en la ciudad santa como instrumentos de servicio para el Señor?
Este es un ejemplo de una paradoja escritural en la que la Biblia enseña simultáneamente acerca de ambas, la destrucción y la reno- vación. Algunas cosas que ahora se usan para propósitos de orgullo y aun propósitos idólatras serán usadas para la gloria de Dios cuando los corazones de los seres humanos sean transformados y la creación misma sea renovada. No hay nada de malo inherente en los barcos, la madera, el oro o los camellos. Lo que Dios va a destruir en su juicio es el mal uso idólatra de esas cosas buenas. Luego, habiendo destruido nuestras perversiones de sus buenos dones, en su recreación de la Tierra él restaurará estas cosas como herramientas buenas y útiles para su gloria.
El teólogo A. A. Hodge lo dijo muy bellamente:
El cielo, como el hogar eterno del Hombre divino y de todos los miembros redimidos de la raza humana, necesariamente debe ser completamente humano en su estructura, condiciones y actividades. Sus gozos y actividades deben ser todos racionales, morales, emocionales, voluntarios y activos. Debe existir el ejercicio de todas las facultades, la gratificación de todos los gustos, el desarrollo de todas las capacidades de talento, la realización de todos los ideales. . . . El cielo probará ser la flor y el fruto consumados de toda la creación y de toda la historia del universo. [2]
¿No es esa clase de Cielo el lugar en el que usted querría vivir para siempre?
Padre, gracias por los profetas que hablaron a través de las crisis y los tiempos oscuros de su época, viendo en momentos de claridad el mundo que tú vas a formar de las ruinas de este. La visión de ellos de una ciudad santa, una patria santa, una cultura santa y una Tierra santa resuenan con esperanza y anticipación. Gracias porque vas a lograr un Cielo en la Tierra, aunque nosotros mismos no lo podemos hacer. Las cosas terrenales que has creado y que nosotros hemos vuelto en ídolos van a ser vueltas al uso para que fueron creadas: glorificarte a ti para siempre. Qué gozo será participar contigo en tu reino que nunca morirá, nunca se corromperá, y nunca nos desilusionará.
Extracto de 50 Días del Cielo by Randy Alcorn, Dia 17
[1] A. A. Hodge, Evangelical Theology: A Course of Popular Lectures [Teología Evangélica: Un Curso de Discuros Populares] (Edinburgh: Banner of Truth, 1976), 399.
[2] Ibid., 399–402.
God's Glory on God's Earth
They will neither harm nor destroy on all my holy mountain, for the earth will be full of the knowledge of the Lord as the waters cover the sea. In that day the Root of Jesse will stand as a banner for the peoples; the nations will rally to him, and his place of rest will be glorious. —Isaiah 11:9-10
Heaven, as the eternal home of the divine Man and of all the redeemed members of the human race, must necessarily be thoroughly human in its structure, conditions, and activities. [1] —A. A. Hodge
In reference to Earth under the Curse, God says, “The glory of the Lord fills the whole earth” (Numbers 14:21). But the universe will behold an even greater display of God’s glory, one that will involve redeemed men and women and redeemed nations on a redeemed Earth. It is on Earth, God promises, that “the glory of the Lord will be revealed, and all mankind together will see it” (Isaiah 40:5). That God will be glorified on Earth is central to innumerable biblical prophecies, including the following:
“Surely his salvation is near those who fear him, that his glory may dwell in our land” (Psalm 85:9).
“I saw the glory of the God of Israel coming from the east . . . and the land was radiant with his glory” (Ezekiel 43:2).
In both passages, the word translated “land” (erets) is the word for “earth.”Ezekiel saw God’s glory at the gates of Jerusalem—manifested not in some immaterial realm but on the earth.
Many passages also promise that God’s glory will be manifested to all the nations of the earth, particularly in the New Jerusalem:
“The nations will fear the name of the Lord, all the kings of the earth will revere your glory. For the Lord will rebuild Zion and appear in his glory” (Psalm 102:15-16).
“ ‘They will proclaim my glory among the nations. And they will bring all your brothers, from all the nations, to my holy mountain in Jerusalem as an offering to the Lord—on horses, in chariots and wagons, and on mules and camels,’ says the Lord” (Isaiah 66:19-20).
God’s Kingdom and dominion are not about what happens in some remote, unearthly place; instead, they are about what happens on the earth, which God created for his glory. God has tied his glory to the earth and everything connected with it: mankind, animals, trees, rivers—everything.
Both Isaiah and John, using similar language, declare that on the New Earth “the kings of the earth will bring their splendor into” the New Jerusalem and “the glory and honor of the nations will be brought into it” (Revelation 21:24, 26; cf. Isaiah 60:3, 5).
In his excellent treatment of Isaiah and the New Jerusalem, When the Kings Come Marching In, Richard Mouw points out that the same ships of Tarshish and trees of Lebanon mentioned in Isaiah 60 are regarded elsewhere as objects of human pride that God promises to bring down (Isaiah 2:12-13, 16-18).
Isaiah speaks of a day of judgment in which “men will flee to caves in the rocks and to holes in the ground from dread of the Lord and the splendor of his majesty, when he rises to shake the earth” (2:19). This language is strongly evocative of the depiction of God’s end times judgment, in which men try to hide “in caves and among the rocks of the mountains” (Revelation 6:15).
In Isaiah 10:34, the prophet tells us that God “will cut down the forest thickets with an ax; Lebanon will fall before the Mighty One.” Because people put their pride and hope in “their” forests and ships, God will demonstrate his superiority by bringing down the forests and sinking the ships.
Now, if the trees of Lebanon and ships of Tarshish are singled out as being destroyed in God’s future judgment, how can they, as Isaiah 60 indicates, turn up again in the Holy City as instruments of service to the Lord?
This is an example of a scriptural paradox in which the Bible simultaneously teaches about both destruction and renewal. Items that are now used for prideful and even idolatrous purposes will be used to the glory of God when the hearts of mankind are transformed and creation itself is renewed. There is nothing inherently wrong with ships, lumber, gold, or camels. What God will destroy in his judgment is the idolatrous misuse of these good things. Then, having destroyed our perversions of his good gifts, he will, in his re-creation of the earth, restore these things as good and useful tools for his glory.
Theologian A. A. Hodge said it beautifully:
Heaven, as the eternal home of the divine Man and of all the redeemed members of the human race, must necessarily be thoroughly human in its structure, conditions, and activities. Its joys and activities must all be rational, moral, emotional, voluntary and active. There must be the exercise of all the faculties, the gratification of all tastes, the development of all talent capacities, the realization of all ideals. . . . Heaven will prove the consummate flower and fruit of the whole creation and of all the history of the universe. [2]
Isn’t that kind of Heaven a place you’d want to live in forever?
Father, thank you for the prophets who spoke through the crises and clouds of their day, seeing, with moments of clarity, the world you intend to shape from the ruins of this one. Their vision of a holy city, a holy country, a holy culture, and a holy Earth reverberate with hope and anticipation. Thank you that you will achieve Heaven on Earth, though we ourselves cannot. Earthly things that you created and that we turned into idols will be returned to their intended use: to glorify you forever. What a joy it will be to participate with you in a Kingdom that will never die, never be corrupted, and never disappoint.
Excerpt from 50 Days of Heaven by Randy Alcorn, Day 19
[1] A. A. Hodge, Evangelical Theology: A Course of Popular Lectures (Edinburgh: Banner of Truth, 1976), 399.
[2] Ibid., 399-402.