La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración . . . Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos . . . gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. —Romanos 8:19-23
Aun después de la caída, el destino y la redención de la tierra permanecen indisolublemente unidos con la existencia y el desarrollo de la raza humana. La redención de la tierra está, a pesar de todo, todavía unida al hombre. . . . El hombre es el instrumento para la redención de la creación terrenal. Y debido a que esta sigue siendo la meta y la forma de hacer las cosas de Dios, puede haber un nuevo cielo y una nueva tierra sólo después del gran trono blanco, es decir, después del cumplimiento y la conclusión de la historia de la redención humana. —Erich Sauer
Por qué espera con ansiedad la creación nuestra resurrección? Por una razón simple pero fundamentalmente importante: Según va la humanidad, así va la creación. Al igual que toda la creación fue estropeada por causa de nuestra rebelión, la liberación de toda la creación depende de nuestra liberación. La glorificación del universo depende de la glorificación de una raza humana redimida. El destino de toda la creación nos pisa los talones.
¿Qué efecto posible podría tener una redención en las galaxias que están a billones de años luz de nosotros? El mismo efecto que nuestra caída tuvo en ellas. El pecado de Adán y Eva no simplemente creó una catástrofe personal localizada, una catástrofe en el Edén; fue una catástrofe de proporciones cósmicas, no sólo globales.
Cuando era niño, la astronomía era mi pasatiempo. Muchos años antes de aceptar a Cristo, yo estaba fascinado con los violentos choques de galaxias, las explosiones de las estrellas y la implosión en las estrellas de neutrones y los agujeros negros. La entropía, la segunda ley de la termodinámica, nos dice que todas las cosas se deterioran. Aun las partes más remotas del universo revelan grandes mundos de enardecida destrucción.
Pero no deberíamos mirar las cosas como son ahora y asumir que siempre han sido de esta forma. ¿No es razonable suponer que las condiciones prístinas de la creación original de Dios eran tales que la energía estelar fuera vuelta a abastecerse, y que los planetas no se salieran de sus órbitas, y que los seres humanos y los animales no murieran? ¿Y qué si Dios tuvo el propósito de que nuestro dominio sobre la Tierra se extendiera finalmente a todo el universo físico? Entonces no nos sorprenderíamos de ver a toda la creación caer bajo la Maldición, porque todo estaría bajo nuestra mayordomía.
Considere las palabras de Pablo acerca de la importancia central de Cristo y la correspondiente magnitud de su obra redentora: “Porque a Dos le agradó habitar en [Cristo] con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz” (Colosenses 1:19-20, itálicas añadidas).
El evangelio del Reino de Dios no es sólo buenas noticias para nosotros, es buenas noticias para los animales, las plantas, las estrellas y los planetas. Es buenas noticias para el firmamento arriba y para la Tierra abajo.
Si pensamos en la redención muy estrechamente, podemos ser engañados y pensar que el Cielo debe ser fundamentalmente diferente de la Tierra, porque en nuestras mentes la Tierra es mala, irredimible, más allá de toda esperanza. De hecho, “la enseñanza de que la creación abarca un nuevo comienzo radical,” escribe el teólogo Cornelius Venema, “sugeriría que el pecado y el mal han llegado a ser una parte tan grande de la sustancia del presente orden creado que es irremediable y radicalmente malo. . . . Aun implicaría que la rebelión pecaminosa de la creación ha arruinado de tal manera la obra de Dios que la ha hecho irreparablemente malvada.” Pero no olvidemos que Dios dijo que la Tierra original era “muy buena,” la Tierra verdadera como él la diseñó para que fuera (Génesis 1:31).
No comprenderemos la extensión y la profundidad de la obra redentora de Cristo mientras continuemos pensando que está limitada a la humanidad. Pero como explica Pablo:
Porque por medio de [ Jesús] fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz (Colosenses 1:16-20, itálicas añadidas).
¿Cómo se sentirán los efectos de nuestra resurrección corporal en todo el universo? De la misma forma exacta en que toda la creación sufrió cuando caímos en pecado. Existe una conexión directa, un vínculo metafísico y moral entre la humanidad y el universo físico.
Romanos 8 contiene una profunda declaración teológica que extiende la doctrina de la caída mucho más allá de lo que tal vez habríamos esperado. Pero al hacerlo, extiende la doctrina de la redención de Cristo en una medida igual.
Deberíamos esperar que todo lo que fue afectado por la caída será restaurado a su condición original. Las cosas ya no continuarán empeorando. Cuando cambien, sólo se volverán mejores. Eso será verdad en cuanto a nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestra cultura humana en el nuevo universo. Y no existen bases para imaginarnos que el vínculo creado por Dios entre la humanidad y el universo físico cesará. ¿Por qué no debería continuar por toda la eternidad?
Muchos creyentes parecen asumir que el universo presente será aniquilado permanentemente. Pero si así fuera, ¿qué analogía esperaríamos que usara Pablo para lo que le sucederá a la creación? ¿Un viejo moribundo? ¿Un soldado herido de muerte que exhala su último suspiro? Esas imágenes encajarían bien con la creencia de que el universo va a tener a un fin violento y conclusivo. Pero Pablo no usa analogías de muerte y destrucción. Él usa la analogía de dar a luz: “Toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto” (Romanos 8:22).
¿Hay algo dentro de usted que anhela la redención venidera? Fíjese en otras personas; escuche el clamor de los animales, de los océanos y del viento en los árboles. ¿Ve y escucha evidencia de este gemido por algo mejor . . . pidiendo que el mundo finalmente esté como debe ser?
Gracias, Señor, que un mundo mucho mejor va a nacer de este, porque algunas veces estamos muy cansados de la forma en que es este mundo. Te alabamos, Señor, por la extensión de tu obra redentora y la forma en que señala las maravillas de tu carácter y tu amor. Nos sentimos muy alentados porque sabemos que hay un futuro eterno para tu creación, la cual todavía no hemos visto como tú quieres que sea. Pero si su belleza a veces puede brillar con tanta intensidad aun bajo las oscuras nubes de la Maldición, ¿cómo será verla en su gloria? Gracias porque tú eres mucho más maravilloso y grande de lo que nos imaginamos, y porque tu obra redentora también es mucho más maravillosa y grande.
As Mankind Goes, so Goes Creation
The creation waits in eager expectation for the sons of God to be revealed. For the creation was subjected to frustration . . . in hope that the creation itself will be liberated from its bondage to decay and brought into the glorious freedom of the children of God. We know that the whole creation has been groaning as in the pains of childbirth right up to the present time. Not only so, but we ourselves . . . groan inwardly as we wait eagerly for our adoption as sons, the redemption of our bodies. —Romans 8:19-23
Even after the fall, the destiny and the redemption of the earth remain indissolubly united with the existence and development of the human race. The redemption of the earth is, in spite of all, still bound up with man. . . . Man is the instrument for the redemption of the earthly creation. And because this remains God’s way and goal, there can be a new heaven and a new earth only after the great white throne, i.e. after the completion and conclusion of the history of human redemption. —Erich Sauer
Why does creation so eagerly await our resurrection? For one simple but critically important reason: As mankind goes, so goes all of creation. Just as all creation was spoiled through our rebellion, the deliverance of all creation hinges on our deliverance. The glorification of the universe hinges on the glorification of a redeemed human race. The destiny of all creation rides on our coattails.
What possible effect could our redemption have on galaxies that are billions of light-years away? The same effect that our fall had on them. Adam’s and Eve’s sins did not merely create a personal or localized catastrophe; it was a calamity of cosmic, not just global, proportions.
Astronomy was my childhood hobby. Years before I came to know Christ, I was fascinated by the violent collisions of galaxies, explosions of stars, and implosions into neutron stars and black holes. Entropy, the second law of thermodynamics, tells us that all things fall apart. Even the remotest parts of the universe reveal vast realms of fiery destruction.
But we should not look at things as they are now and assume they’ve always been this way. Isn’t it reasonable to suppose that the pristine conditions of God’s original creation were such that stellar energy would be replenished, planets would not fall out of orbit, and humans and animals would not die? What if God intended that our dominion over the earth would ultimately extend to the entire physical universe? Then we would not be surprised to see the entire creation come under the Curse, because it would all be under our stewardship.
Consider Paul’s words about the central importance of Christ and the corresponding magnitude of his redemptive work: “God was pleased to have all his fullness dwell in [Christ], and through him to reconcile to himself all things, whether things on earth or things in heaven, by making peace through his blood, shed on the cross” (Colossians 1:19-20, emphasis added).
The gospel of God’s Kingdom isn’t good news just for us—it’s good news for the animals, plants, stars, and planets. It’s good news for the sky above and the earth below.
If we think of redemption too narrowly, we can be fooled into thinking that Heaven must be fundamentally different from Earth—because in our minds, Earth is bad, irredeemable, beyond hope. Indeed, “the teaching that the new creation involves a radically new beginning,” writes theologian Cornelius Venema, “would suggest that sin and evil have become so much a part of the substance of the present created order that it is unrelievedly and radically evil. . . . It would even imply that the sinful rebellion of the creation had so ruined God’s handiwork as to make it irretrievably wicked.” But let’s not forget that God called the original Earth “very good”—the true Earth, as he designed it to be (Genesis 1:31).
The breadth and depth of Christ’s redemptive work will escape us as long as we think it is limited to humanity. But as Paul explains,
By him [Jesus] all things were created: things in heaven and on earth, visible and invisible, whether thrones or powers or rulers or authorities; all things were created by him and for him. He is before all things, and in him all things hold together. And he is the head of the body, the church; he is the beginning and the firstborn from among the dead, so that in everything he might have the supremacy. For God was pleased to have all his fullness dwell in him, and through him to reconcile to himself all things, whether things on earth or things in heaven, by making peace through his blood, shed on the cross. (Colossians 1:16-20, emphasis added)
How will the effects of our bodily resurrection be felt by the entire universe? In exactly the same way that all creation suffered from our fall into sin. There is a direct connection, a metaphysical and moral link, between mankind and the physical universe.
Romans 8 contains a profound theological statement that extends the doctrine of the Fall far beyond what we might have expected. But in doing so, it extends the doctrine of Christ’s redemption every bit as far.
We should expect that anything affected by the Fall will be restored to its original condition. Things will no longer get worse. When they change, they will only get better. That will be true of our bodies and our minds and human culture in the new universe. And there are no grounds to imagine that the God-created link between mankind and the physical universe will cease. Why shouldn’t it continue for all eternity?
Many Christians seem to assume that the present universe will be permanently annihilated. But if this were the case, what analogy would we expect Paul to use for what will happen to creation? An old man dying? A mortally wounded soldier gasping his final breaths? Those images would fit well with a belief that the universe will come to a violent, final end. But Paul doesn’t use analogies of death and destruction, he uses the analogy of childbirth: “The whole creation has been groaning as in the pains of childbirth right up to the present time” (Romans 8:22).
Does something in you long for the coming redemption? Look at other people; listen to the cries of animals, to the oceans, and to the wind in the trees. Do you see and hear evidence of this groaning for something better . . . for the world to be made right at last?
Thank you, Lord, that a far better world will be reborn out of this one, because sometimes we are so weary of this world the way it is. We praise you, Lord, for the extent of your redemptive work and how it points to the wonders of your character and your love. We are so excited to know there is an eternal future ahead for your creation, which we have yet to see as you intended it. Yet if its beauty can sometimes shine so brightly even under the dark clouds of the Curse, what will it be like to see it in all its glory? Thank you that you are far bigger and greater than we have imagined and that your redemptive work is likewise far bigger and greater.