El Señor Jesucristo . . . transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso. —Filipenses 3:20-21
En algún lugar en mi cuerpo quebrantado y paralizado se encuentra la semilla de lo que llegaré a ser. La parálisis hace que lo que llegaré a ser sea más grandioso cuando usted contrasta las piernas atrofiadas e inútiles con piernas magníficamente resucitadas. Estoy convencida de que si hay espejos en el cielo (¿y por qué no?), la imagen que veré será evidentemente “Joni,” aunque una Joni mucho mejor y mucho más radiante. — Joni Eareckson Tada
Podemos saber mucho acerca de nuestros cuerpos de resurrección. ¿Por qué? Porque se nos dice mucho acerca del cuerpo resucitado de Cristo, y se nos dice que nuestros cuerpos serán como el de él.
“Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
“Y así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49).
Aunque Jesús en su cuerpo resucitado proclamó que no era un fantasma (Lucas 24:39, bls), innumerables creyentes creen que van a ser fantasmas en el Cielo eterno. Lo sé porque he hablado con muchos de ellos. Creen que serán espíritus incorpóreos, o espectros. Se les escapa que la resurrección de Cristo fue magnífica y conmovió al cosmos, y que por definición fue un triunfo físico sobre la muerte física y un mundo físico.
Si Jesús hubiera sido un fantasma, no hubiera habido resurrección, y la redención no se hubiera logrado. Pero Jesús no fue un fantasma; caminó en la tierra en su cuerpo de resurrección durante cuarenta días, mostrándonos cómo viviríamos como seres humanos resucitados. En efecto, él también demostró dónde viviríamos como seres humanos resucitados —en la Tierra. El cuerpo de resurrección de Cristo era apropiado para la vida en la Tierra. De la forma en que Jesús fue resucitado para regresar a vivir en la Tierra, así nosotros seremos resucitados para regresar a vivir en la Tierra (1 Tesalonicenses 4:14; Apocalipsis 21:1-3).
El Jesús resucitado caminó y habló con dos discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24:13-35). Ellos le formularon preguntas; él les enseñó y los guió en su comprensión de las Escrituras. Aunque no supieron que era Jesús hasta que “se les abrieron los ojos” (v. 31), sugiriendo que Dios había impedido que reconocieran a Cristo, no vieron nada lo suficientemente diferente en su apariencia para sugerir que su cuerpo resucitado se veía diferente a cualquier otro cuerpo humano normal. En otras palabras, no vieron nada fuera de lugar. Vieron al Jesús resucitado como un ser humano normal, corriente. Las plantas de sus pies no flotaban sobre la tierra—caminaban sobre ella.
Sabemos que el Cristo resucitado se veía como un hombre porque María lo llamó “señor” cuando asumió que él era el que cuidaba el huerto al lado de la tumba ( Juan 20:15). Jesús pasó tiempos notablemente normales con sus discípulos después de su resurrección. Temprano una mañana, “se hizo presente en la orilla” desde una distancia ( Juan 21:4). Él no estaba en el aire ni flotaba—ni siquiera caminó sobre el agua, aunque lo podría haber hecho. Se dirigió a sus discípulos (v. 5). Comenzó una fogata, y ya estaba cocinando pescado que se presume que lo había pescado él mismo. Lo cocinó, lo que significa que no hizo sonar los dedos e hizo que se materializara una comida. Invitó a sus discípulos a que agregaran sus pescados a los de él y dijo: “Vengan a desayunar” ( Juan 21:12).
En otra ocasión, de pronto Jesús apareció en un lugar a puerta cerrada donde estaban reunidos sus discípulos ( Juan 20:19). El cuerpo de Cristo se podía tocar y abrazar, y podía consumir alimentos, sin embargo aparentemente también se podía “materializar.” ¿Cómo es posible esto? ¿Pudiera ser que un cuerpo de resurrección está estructurado de tal forma que permite que sus moléculas pasen a través de materiales sólidos o de pronto volverse visible o invisible?
No deberíamos asumir que el cuerpo de Cristo se verá exactamente como se veía antes de su muerte y resurrección, o que nuestros cuerpos se verán exactamente como se ven ahora. Durante la transfiguración de Cristo, la apariencia de su rostro cambió, y “su ropa se tornó blanca y radiante” (Lucas 9:29). De igual manera, se describe a Elías y a Moisés apareciendo con “un aspecto glorioso” (Lucas 9:31).
Cristo puede brillar literalmente en su reino en la Nueva Tierra. Juan dice de la ciudad: “El Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21:23). Cristo se le apareció a Pablo y lo cegó en el camino a Damasco (Hechos 9:3-9).
Asimismo, las Escrituras prometen que “los justos brillarán en el reino de su Padre” (Mateo 13:43), y también que “resplandecerán con el brillo de la bóveda celeste . . . brillarán como las estrellas por toda la eternidad” (Daniel 12:3).
Una vez que entendemos que la resurrección de Cristo es el prototipo de la resurrección de la humanidad y de la Tierra, nos damos cuenta de que la Biblia nos ha dado una llave interpretativa para considerar los pasajes referentes a la resurrección humana y a la vida en la Nueva Tierra. ¿No deberíamos interpretar los pasajes referentes a las personas resucitadas viviendo en la Nueva Tierra tan literalmente como aquellos que se refieren a la vida resucitada de Cristo durante los cuarenta días que estuvo en esta primera Tierra?
Cuando Pablo habla de nuestros cuerpos de resurrección, dice: “Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Corintios 15:42-44).
Cuando Pablo usa el término cuerpo espiritual (v. 44), él no habla de un cuerpo hecho de espíritu, o un cuerpo que no es físico, porque no existe tal cosa. Un cuerpo, por definición, es físico con carne y huesos. La palabra espiritual aquí es un adjetivo que describe al cuerpo; no niega su significado. Un cuerpo espiritual es primero y ante todo un cuerpo real, o no calificaría para ser llamado cuerpo. Si nuestros cuerpos se convirtieran en espíritus, Pablo podría simplemente haber dicho: “Se siembra un cuerpo natural, resucita un espíritu,” pero eso no fue lo que dijo. Juzgando por el cuerpo de resurrección de Cristo, un cuerpo espiritual parece verse y actuar la mayor parte del tiempo como un cuerpo físico regular, pero puede tener (y en el caso de Cristo tiene) algunas habilidades físicas más allá de lo que actualmente es normal.
Muchos de nosotros esperamos con anhelo el Cielo más ahora de lo que lo hicimos cuando nuestros cuerpos funcionaban bien. Dentro de su cuerpo, aun cuando está fallando o está enfermo, se encuentra el modelo o prototipo de su cuerpo de resurrección. Tal vez no esté satisfecho con su cuerpo o su mente actuales, pero va a estar encantado con la versión actualizada de su resurrección.
¿Cómo afecta la resurrección corporal de Cristo la perspectiva de usted de su futuro cuerpo y lo que será la vida en la Nueva Tierra?
Gracias, Padre, por tu promesa de cuerpos resucitados y mentes renovadas, con los cuales podremos glorificarte y disfrutarte mejor por toda la eternidad. Todavía no estamos listos para apreciar la eternidad de maravillas que tú has preparado para nosotros. Pero algunos días, Señor, sentimos que no podemos esperar más. En tu tiempo perfecto, sácanos de este mundo caído, y llévanos a tu presencia. Y entonces, en el tiempo que has señalado, envía a tu Hijo de vuelta a esta Tierra, triunfante, para que establezca su reino. Y danos lo que no merecemos: mentes resucitadas y cuerpos en perfecta comunión contigo y con nuestra familia espiritual. Anhelamos el gran banquete y la celebración que nunca termina. ¡Ven, Señor Jesús!
Christ's Resurrection Body: The Model for Ours
The Lord Jesus Christ . . . will transform our lowly bodies so that they will be like his glorious body. —Philippians 3:20-21
Somewhere in my broken, paralyzed body is the seed of what I shall become. The paralysis makes what I am to become all the more grand when you contrast atrophied, useless legs against splendorous resurrected legs. I’m convinced that if there are mirrors in heaven (and why not?), the image I’ll see will be unmistakably “Joni,” although a much better, brighter Joni. — Joni Eareckson Tada
We can know a lot about our resurrection bodies. Why? Because we’re told a great deal about Christ’s resurrected body, and we’re told that our bodies will be like his.
“Beloved, we are God’s children now; it does not yet appear what we shall be, but we know that when he appears we shall be like him, for we shall see him as he is” (1 John 3:2, rsv).
“Just as we have borne the likeness of the earthly man, so shall we bear the likeness of the man from heaven” (1 Corinthians 15:49).
Though Jesus in his resurrected body proclaimed that he was not a ghost (Luke 24:39, nlt), countless Christians think they will be ghosts in the eternal Heaven. I know this because I’ve talked with many of them. They think they’ll be disembodied spirits, or wraiths. The magnificent, cosmos-shaking victory of Christ’s resurrection—by definition a physical triumph over physical death in a physical world—escapes them.
If Jesus had become a ghost, there would have been no resurrection, and redemption would not have been accomplished. But Jesus was not a ghost; he walked the earth in his resurrection body for forty days, showing us how we would live as resurrected human beings. In effect, he also demonstrated where we would live as resurrected human beings—on Earth. Christ’s resurrection body was suited for life on Earth. As Jesus was raised to come back to live on Earth, we, too, will be raised to come back to live on Earth (1 Thessalonians 4:14; Revelation 21:1-3).
The risen Jesus walked and talked with two disciples on the Emmaus road (Luke 24:13-35). They asked him questions; he taught them and guided them in their understanding of Scripture. Though they didn’t know it was Jesus until “their eyes were opened” (v. 31), suggesting that God prevented them from recognizing Christ, they saw nothing different enough in his appearance to suggest that his resurrected body looked any different from a normal human body. In other words, they perceived nothing amiss. They saw the resurrected Jesus as a normal, everyday human being. The soles of his feet didn’t hover above the road—they walked on it.
We know that the resurrected Christ looked like a man because Mary called him “sir” when she assumed he was the gardener at the tomb (John 20:15). Jesus spent remarkably normal times with his disciples after his resurrection. Early one morning, he “stood on the shore” at a distance (John 21:4). He didn’t hover or float—or even walk on water, though he could have. He called to the disciples (v. 5). He started a fire, and he was already cooking fish that he’d presumably caught himself. He cooked them, which means he didn’t just snap his fingers and materialize a finished meal. He invited the disciples to add their fish to his and said, “Come and have breakfast” (John 21:12).
On another occasion, Christ suddenly appeared in a locked room where the disciples were gathered (John 20:19). His body could be touched and clung to and could consume food, yet it could apparently “materialize” as well. How is this possible? Could it be that a resurrection body is structured in such a way as to allow its molecules to pass through solid materials or to suddenly become visible or invisible?
We shouldn’t assume that Christ’s body will look exactly as it did before his death and resurrection, or that our bodies will look exactly as they do now. During Christ’s transfiguration, the appearance of his face changed, and his clothing “became as bright as a flash of lightning” (Luke 9:29). Likewise, Elijah and Moses are described as appearing “in glorious splendor” (Luke 9:31).
Christ may literally shine in his Kingdom on the New Earth. John says of the city, “The Lamb is its lamp” (Revelation 21:23). Christ appeared to Paul and blinded him on the road to Damascus (Acts 9:3-9).
Likewise, Scripture promises us that “the righteous will shine like the sun in the kingdom of their Father” (Matthew 13:43), and “will shine brightly like the brightness of the expanse of heaven . . . like the stars forever and ever” (Daniel 12:3, nasb).
Once we understand that Christ’s resurrection is the prototype for the resurrection of mankind and the earth, we realize that Scripture has given us an interpretive key to understanding human resurrection and life on the New Earth. Shouldn’t we interpret passages alluding to resurrected people living on the New Earth as literally as those concerning Christ’s resurrected life during the forty days he walked on the old Earth?
When Paul speaks of our resurrection bodies, he says, “The body that is sown is perishable, it is raised imperishable; it is sown in dishonor, it is raised in glory; it is sown in weakness, it is raised in power; it is sown a natural body, it is raised a spiritual body. If there is a natural body, there is also a spiritual body” (1 Corinthians 15:42-44).
When Paul uses the term spiritual body (v. 44), he is not talking about a body made of spirit, or a nonphysical body—there is no such thing. A body, by definition, is physical—flesh and bones. The word spiritual here is an adjective that describes the body; it doesn’t negate its meaning. A spiritual body is first and foremost a real body or it would not qualify to be called a body. If our bodies became spirits, Paul could have simply said, “It is sown a natural body, it is raised a spirit,” but that’s not what he says. Judging from Christ’s resurrection body, a spiritual body looks and acts like a regular physical body most of the time, but it may have (and in Christ’s case it does have) some physical abilities beyond what is currently normal.
Many of us look forward to Heaven more now than we did when our bodies functioned well. Inside your body, even if it is broken or failing, is the blueprint for your resurrection body. You may not be satisfied with your current body or mind—but you’ll be forever thrilled with your resurrection upgrade.
How does Christ’s bodily resurrection affect your view of your future body and what life will be like on the New Earth?
Thank you, Father, for your promise of resurrected bodies and renewed minds, with which we will be better able to glorify and enjoy you forever. We aren’t ready yet to appreciate the eternity of wonders you have prepared for us. But some days, Lord, we feel like we can’t wait any longer. In your perfect timing, take us out of this fallen world, and bring us into your presence. And then, at the time you’ve appointed, send your Son back to this earth triumphant, to set up his Kingdom. And give us what we do not deserve: resurrected minds and bodies in perfect communion with you and our spiritual family. We long for the great banquet and the celebration that never ends. Come, Lord Jesus!
Excerpt from 50 Days of Heaven by Randy Alcorn, Day 20