¿Es el Cielo nuestro destino predeterminado...o es el Infierno? (Is Heaven Our Default Destination...Or Is Hell?)

El camino más seguro al infierno es el gradual-la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin escalones, sin letreros.-C.S. Lewis 

Por cada estadounidense que cree que va al infierno, hay 120 que creen que irán al cielo. Este optimismo contrasta marcadamente con las palabras de Cristo en Mateo 7:13-14: “Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan."

Lo que nos mantendrá fuera del Cielo es universal: "por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios" (Romanos 3:23). El pecado nos separa de una relación con Dios (Isaías 59:2). Dios es tan santo que no puede permitir el pecado en su presencia: "Muy limpios son Tus ojos para mirar el mal, y no puedes contemplar la opresión" (Habacuc 1:13). Debido a que somos pecadores, no tenemos derecho a entrar en la presencia de Dios. No podemos entrar al Cielo tal como somos.

Así que el Cielo no es nuestro destino predeterminado. Nadie va allí de forma automática. A menos que nuestro problema del pecado sea resuelto, el único lugar al que iremos es nuestro verdadero destino predeterminado... el Infierno.

Estoy abordando este problema ahora, porque a través de este libro voy a hablar de estar con Jesús en el Cielo, reunirnos con la familia y amigos, y disfrutar de grandes aventuras en el Cielo. El gran peligro es que los lectores asumirán que se dirigen hacia el cielo. A juzgar por lo que se dice en la mayoría de los funerales, se podría pensar que casi todo el mundo va al cielo, ¿verdad? Pero Jesús dejó en claro que la mayoría de las personas no van al Cielo: "estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan."

No nos atreveríamos a "esperar y ver" cuando se trata de lo que hay al otro lado de la muerte. No deberíamos solamente cruzar los dedos y esperar que nuestros nombres estén escritos en el Libro de la Vida (Apocalipsis 21:27). Podemos saber, debemos saber, antes de morir. Y porque podemos morir en cualquier momento, necesitamos saber ahora, no el mes que viene o el próximo año. "Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Sólo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece" (Santiago 4:14).

Es de suma importancia que nos aseguremos que vamos al Cielo, no al Infierno. La voz que susurra, "No hay prisa; deja este libro; siempre puedes pensar en ello más tarde" no es la voz de Dios. Él dice: "Ahora es el día de salvación" (2 Corintios 6:2) y "escojan hoy a quién han de servir" (Josué 24:15).

Infierno: La alternativa horrible del cielo. 

El infierno será habitado por personas que no han recibido el regalo de la redención de Dios en Cristo (Apocalipsis 20:12-15). Después del regreso de Cristo, habrá una resurrección de los creyentes para vida eterna en el Cielo y una resurrección de los incrédulos para la existencia eterna en el Infierno (Juan 5:28-29). Los no salvos, aquellos que su nombre no está escrito en el Libro de la Vida del Cordero, serán juzgados por Dios de acuerdo con las obras que han hecho, que han sido registradas en los libros del Cielo (Apocalipsis 20:12-15). Debido a que estos actos incluyen el pecado, las personas por sí mismas, sin Cristo, no pueden entrar en la presencia de un Dios santo y justo, y serán confinadas a un lugar de destrucción eterna (Mateo 13:40-42). Cristo dirá a los que no están cubiertos por su sangre: "Apártense de Mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles" (Mateo 25:41).

El infierno no será como a menudo es retratado en las historietas, un salón gigante donde las personas bebiendo cuentan historias de sus aventuras en la Tierra. Por el contrario, será un lugar de completa miseria (Mateo 13:42; 13:50; 22:13; 24:51; 25:30; Lucas 13:28). Será un lugar de castigo consciente por los pecados, sin esperanza de alivio. Esta es la razón por la que Dante, en su libro Infierno, visualizó este anuncio tallado por encima de la puerta del Infierno: "Abandone toda esperanza, usted que entra."

La realidad del Infierno debería quebrantar nuestros corazones y llevarnos a nuestras rodillas y a las puertas de los que no tienen a Cristo. Hoy, sin embargo, incluso entre muchos creyentes de la Biblia, el Infierno se ha convertido en la palabra prohibida, rara vez nombrada, rara vez mencionada. Ni siquiera aparece en muchos folletos evangelísticos. Es común negar o ignorar la clara enseñanza de la Escritura acerca del Infierno. El Infierno pareciera desproporcionado, una reacción divinamente exagerada. En las palabras de un profesor y colaborador de una publicación evangélica, "Considero que el concepto del Infierno como un tormento sin fin del cuerpo y la mente una doctrina indignante... ¿Cómo pueden los cristianos proyectar una deidad de tal crueldad y venganza cuyo comportamiento incluye infligir tortura eterna a sus criaturas, por más pecadores que hayan sido? Sin duda, un Dios que haría una cosa así es más parecido a Satanás que a Dios".

Muchos creen que es civilizado, humano y compasivo el negar la existencia de un Infierno eterno, pero en realidad es arrogante que nosotros, como criaturas, nos atrevamos a tomar lo que creemos que es la autoridad moral en oposición a lo que Dios el creador ha manifestado con claridad. No queremos creer que los demás merecen castigo eterno, porque si lo hacen, nosotros también lo merecemos. Pero si entendemos la naturaleza de Dios y la nuestra, nos sorprendería no que algunas personas podrían ir al infierno (¿a dónde mas irían los pecadores?), sino que a alguien se le dé entrada al Cielo. Impíos como somos, no podemos decir que la santidad infinita no exige castigo eterno. Al negar la infinidad del Infierno, minimizamos la obra de Cristo en la cruz. ¿Por qué? Por que le disminuimos el valor a la redención. Si la crucifixión y la resurrección de Cristo no nos liberan de un Infierno eterno, su obra en la cruz es menos heroica, menos potente, tiene menos consecuencias, y por lo tanto menos digna de nuestra adoración y alabanza. Como el teólogo William G. T. Shedd dijo, "La doctrina de la expiación vicaria de Cristo toma forma lógica o se cae junto con la del castigo eterno." Satanás tiene motivos obvios para alimentar nuestra negación del castigo eterno: el quiere que los incrédulos rechacen a Cristo sin temor; él quiere que los cristianos no estén motivados a compartir a Cristo; y quiere que Dios reciba menos gloria por la naturaleza radical de la obra redentora de Cristo.

¿Qué dijo Jesús acerca del Infierno?

Muchos libros niegan el Infierno. Algunos adoptan el universalismo, la creencia de que todas las personas, al final, van a ser salvas. Algunos consideran que el Infierno es la invención de profetas locos obsesionados con la ira. Argumentan que los cristianos deben tomar el camino fácil del amor de Cristo. Pero esta perspectiva ignora una realidad evidente: En la Biblia, nadie habla más sobre el Infierno que Jesús (Mateo 10:28; 13:40-42; Marcos 9:43-44). Él se refiere a este como un lugar literal y lo describe en términos gráficos, incluyendo fuegos embravecidos y el gusano que no muere. Cristo dice que los que no son salvos "serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes" (Mateo 8:12). En su historia del hombre rico y Lázaro, Jesús enseñó que en el Infierno, los malvados sufren terriblemente, están completamente conscientes, conservan sus deseos, recuerdos y razonamiento, desean una salida, no pueden ser consolados, no pueden salir de su tormento, y son privados de toda esperanza (Lucas 16:19-31). El Salvador no podría haber pintado un cuadro más sombrío o gráfico.

¿Cuánto tiempo durará el Infierno? "Estos irán al castigo eterno", dijo Jesús de los injustos, "pero los justos a la vida eterna" (Mateo 25:46). Aquí, en la misma frase, Cristo usa la misma palabra traducida "eterno" (aionos) para describir la duración del Cielo y del Infierno. Por lo tanto, si el Cielo se experimentará conscientemente para siempre, el Infierno debe ser experimentado conscientemente para siempre.

C. S. Lewis dijo, "No he conocido a alguien que niegue totalmente la existencia del Infierno que también tenga una creencia tan fuerte por el Cielo que daría su vida." Las enseñanzas bíblicas sobre ambos destinos se mantienen o caen juntas.

Si tuviera que elegir, es decir, si la Escritura no fuera tan clara y concluyente, sin duda no creería en el Infierno. Confía en mí cuando digo que no quiero creer en él. Pero si hago de lo que quiero, o de lo que otros quieren, la base de mis creencias, entonces yo soy un seguidor de mí y mi cultura, no un seguidor de Cristo. "Pareciera que hay una especie de conspiración", escribe la novelista Dorothy Sayers, "para olvidar, o para ocultar, de dónde viene la doctrina del infierno. La doctrina del infierno no es 'clericalismo medieval' para asustar a la gente y llevarla a dar dinero a la iglesia: es el juicio deliberado de Cristo sobre el pecado... No podemos repudiar al Infierno sin repudiar por completo a Cristo". En El problema del Dolor, C. S. Lewis escribe del Infierno, "No hay ninguna doctrina que quitara del Cristianismo con más gusto que esta, si estuviera en mi poder. Pero tiene el pleno apoyo de la Escritura y, especialmente, de las propias palabras de nuestro Señor; siempre ha sido sostenida por la cristiandad; y cuenta con el apoyo de la razón".

¿Es falta de amor el hablar del Infierno?

Si les estuviera dando direcciones a sus amigos sobre cómo llegar a Denver y supiera que una carretera los llevara ahí, pero que un segundo camino termina en un acantilado después de una curva cerrada, ¿les hablaría sólo de la carretera segura? No. Les diría sobre ambos, especialmente si usted supiera que el camino de la destrucción es más amplio y transitado. De hecho, sería terriblemente falto de amor no advertirles sobre ese otro camino.

Por la misma razón, no hay que creer la mentira de Satanás que es falta de amor el hablar con la gente sobre el Infierno. La verdad más básica es que sólo hay dos posibles destinos después de la muerte: el Cielo y el Infierno. Cada uno es tan real y tan eterno como el otro. A menos que y hasta que rindamos nuestras vidas a Jesucristo, nos dirigimos hacia el Infierno. Lo más amoroso que podemos hacer por nuestros amigos y nuestra familia es advertirles sobre el camino que conduce a la destrucción y decirles sobre el camino que conduce a la vida.

Nos molestaría, pero ¿pensaríamos que un médico tiene falta de amor si nos dijera que tenemos un cáncer potencialmente mortal? Y ¿no nos diría el médico si el cáncer puede ser erradicado? ¿Por qué entonces no le decimos a la gente que no ha sido salva sobre el cáncer del pecado y cómo el castigo inevitable de la destrucción eterna puede ser evitado por el sacrificio expiatorio de Jesucristo?

Teresa de Ávila, una monja carmelita del siglo XVI, tuvo una visión angustiosa del Infierno. Más tarde escribió sobre el tormento que padeció:

"Estaba aterrorizada por todo esto, y, aunque paso hace seis años, todavía me aterra mientras escribo esto: incluso cuando me siento aquí, el miedo parece privar a mi cuerpo de su calor natural. Todas las pruebas o dolores que recuerdo haber sufrido y todo lo que podemos sufrir en la tierra me ha parecido de la menor importancia en comparación con esto... Ha sido del mayor beneficio para mí, tanto en quitar de mí todo temor a las tribulaciones y decepciones de esta vida y también en el fortalecimiento de mí al sufrirlas y a dar gracias al Señor, que, como creo ahora, me ha librado de tales tormentos terribles e interminables".

Si entendiéramos lo que es el Infierno en lo más mínimo, ninguno de nosotros alguna vez diría: "Vete al Infierno". Es demasiado fácil ir al Infierno. No requiere ningún cambio de rumbo, ningún ajuste de navegación. Nacimos con nuestro piloto automático en dirección al Infierno. No es nada para tomar a la ligera, el Infierno es la tragedia más grande en el universo. Dios nos ama tanto como para decirnos la verdad-hay dos destinos eternos, no uno, y hay que elegir el camino correcto si vamos a ir al Cielo. No todos los caminos conducen al Cielo. Sólo uno lo hace: Jesucristo. Él dijo: "nadie viene al Padre sino por Mí" (Juan 14: 6). Todos los demás caminos conducen al Infierno. Los grandes riesgos implicados en la elección entre el Cielo y el Infierno harán que apreciemos el Cielo de maneras mas profundas, nunca dándole menos valor, y siempre alabando a Dios por su gracia, que nos libera de lo que merecemos y nos otorga por la eternidad lo que no merecemos.

Tierra: El mundo intermedio 

Dios y Satanás no son iguales opuestos. Del mismo modo, el Infierno no es el igual opuesto del Cielo. Así como Dios no tiene igual como persona, el Cielo no tiene igual como un lugar.

El infierno será terriblemente aburrido, pequeño e insignificante, sin compañía, propósito, o logros. No va a tener sus propias historias; se limitará a ser una nota al pie de la historia, una grieta en el pavimento. A medida que el nuevo universo se moverá gloriosamente hacia adelante, el Infierno y sus ocupantes existirán en inactividad e insignificancia, una eterna "no vida" de pesar y, tal vez, de una decreciente identidad.

La Escritura dice de aquellos que mueren sin Jesús, "Estos sufrirán el castigo de eterna destrucción, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder" (2 Tesalonicenses 1:9). Debido a que Dios es la fuente de todo bien, y el Infierno es la ausencia de Dios, el Infierno debe ser también la ausencia de todo bien. Del mismo modo, comunidad, comunión y amistad son buenas, enraizadas en el Dios trino. Pero en la ausencia de Dios, el Infierno no tendrá ninguna comunidad, ninguna camaradería, ninguna amistad. No creo que el Infierno es un lugar donde los demonios se deleitan en el castigo de las personas y donde la gente siente lástima sobre su destino. Lo más probable es que cada persona está en aislamiento, al igual que el hombre rico es retratado solo en el Infierno (Lucas 16:22-23). La miseria ama la compañía, pero no habrá nada que amar en el infierno.

La Tierra es un mundo intermedio tocado tanto por el Cielo como por el Infierno. La Tierra nos lleva directamente al Cielo o directamente al Infierno, ofreciendo una elección entre los dos. Lo mejor de la vida en la Tierra es un destello del Cielo; lo peor de la vida es un destello del Infierno. Para los cristianos, la vida presente es lo más cerca que estarán al Infierno. Para los incrédulos, es lo más cerca que estarán al cielo.
La realidad de la elección que se presenta ante nosotros en esta vida es a la vez maravillosa y horrible. Teniendo en cuenta la realidad de nuestros dos destinos posibles, ¿no deberíamos estar dispuestos a pagar cualquier precio para evitar el Infierno e ir al Cielo? Sin embargo, el precio ya ha sido pagado. "Porque han sido comprados por un precio" (1 Corintios 6:20). El precio pagado fue exorbitante-la sangre derramada del Hijo de Dios, Jesucristo.

Considere la maravilla de ella: Dios determinó que prefería ir al Infierno en nuestro lugar que vivir en el Cielo sin nosotros. Él quiere tanto que no vayamos al Infierno que pagó un precio terrible en la cruz para que nosotros no tuviéramos que hacerlo.
Tal y como estamos, sin embargo, apartados de Cristo, pasaremos nuestro futuro eterno en el Infierno. Jesús hace una pregunta inquietante en Marcos 8:36-37: "¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?" El precio ha sido pagado. Pero aún así, hay que elegir. Al igual que cualquier regalo, el perdón puede ser ofrecido, pero no es nuestro hasta que elegimos recibirlo. A un criminal condenado se le puede ofrecer un perdón por el gobernador, pero si él o ella rechaza el perdón, éste no es válido.

Un perdón debe ser aceptado. Del mismo modo, Cristo nos ofrece a cada uno de nosotros el don del perdón y la vida eterna, pero sólo porque se hace la oferta no significa que sea nuestro. Para tenerlo, hay que optar por aceptarlo.

Para obtener más información sobre el tema del Cielo, véa el libro de Randy Alcorn El Cielo.


Is Heaven Our Default Destination...Or Is Hell?

The safest road to hell is the gradual one—the gentle slope, soft underfoot, without sudden turnings, without milestones, without signposts. — C. S. Lewis

For every American who believes he’s going to Hell, there are 120 who believe they’re going to Heaven. This optimism stands in stark contrast to Christ’s words in Matthew 7:13-14: “Enter through the narrow gate. For wide is the gate and broad is the road that leads to destruction, and many enter through it. But small is the gate and narrow the road that leads to life, and only a few find it.”

What would keep us out of Heaven is universal: “All have sinned and fall short of the glory of God” (Romans 3:23). Sin separates us from a relationship with God (Isaiah 59:2). God is so holy that he cannot allow sin into his presence: “Your eyes are too pure to look on evil; you cannot tolerate wrong” (Habakkuk 1:13). Because we are sinners, we are not entitled to enter God’s presence. We cannot enter Heaven as we are.

So Heaven is not our default destination. No one goes there automatically. Unless our sin problem is resolved, the only place we will go is our true default destination . . . Hell.

I am addressing this issue now because throughout this book I will talk about being with Jesus in Heaven, being reunited with family and friends, and enjoying great adventures in Heaven. The great danger is that readers will assume they are headed for Heaven. Judging by what’s said at most funerals, you’d think nearly everyone’s going to Heaven, wouldn’t you? But Jesus made it clear that most people are not going to Heaven: “Small is the gate and narrow the road that leads to life, and only a few find it.”

We dare not “wait and see” when it comes to what’s on the other side of death. We shouldn’t just cross our fingers and hope that our names are written in the Book of Life (Revelation 21:27). We can know, we should know, before we die. And because we may die at any time, we need to know now—not next month or next year. “Why, you do not even know what will happen tomorrow. What is your life? You are a mist that appears for a little while and then vanishes” (James 4:14).

It’s of paramount importance to make sure you are going to Heaven, not Hell. The voice that whispers, “There’s no hurry; put this book down; you can always think about it later,” is not God’s voice. He says, “Now is the day of salvation” (2 Corinthians 6:2) and “Choose for yourselves this day whom you will serve” (Joshua 24:15).

Hell: Heaven’s Awful Alternative

Hell will be inhabited by people who haven’t received God’s gift of redemption in Christ (Revelation 20:12-15). After Christ returns, there will be a resurrection of believers for eternal life in Heaven and a resurrection of unbelievers for eternal existence in Hell (John 5:28-29). The unsaved—everyone whose name is not written in the Lamb’s Book of Life—will be judged by God according to the works they have done, which have been recorded in Heaven’s books (Revelation 20:12-15). Because those works include sin, people on their own, without Christ, cannot enter the presence of a holy and just God and will be consigned to a place of everlasting destruction (Matthew 13:40-42). Christ will say to those who are not covered by his blood, “Depart from me, you who are cursed, into the eternal fire prepared for the devil and his angels” (Matthew 25:41).

Hell will not be like it’s often portrayed in comic strips, a giant lounge where between drinks people tell stories of their escapades on Earth. Rather, it will be a place of utter misery (Matthew 13:42; 13:50; 22:13; 24:51; 25:30; Luke 13:28). It will be a place of conscious punishment for sins, with no hope of relief. This is why Dante, in the Inferno, envisioned this sign chiseled above Hell’s gate: “Abandon every hope, you who enter.”

The reality of Hell should break our hearts and take us to our knees and to the doors of those without Christ. Today, however, even among many Bible believers, Hell has become “the H word,” seldom named, rarely talked about. It doesn’t even appear in many evangelistic booklets. It’s common to deny or ignore the clear teaching of Scripture about Hell. Hell seems disproportionate, a divine overreaction. In the words of one professor and contributor to an evangelical publication, “I consider the concept of hell as endless torment in body and mind an outrageous doctrine. . . . How can Christians possibly project a deity of such cruelty and vindictiveness whose ways include inflicting everlasting torture upon his creatures, however sinful they may have been? Surely a God who would do such a thing is more nearly like Satan than like God.”

Many imagine that it is civilized, humane, and compassionate to deny the existence of an eternal Hell, but in fact it is arrogant that we, as creatures, would dare to take what we think is the moral high ground in opposition to what God the Creator has clearly revealed. We don’t want to believe that any others deserve eternal punishment, because if they do, so do we. But if we understood God’s nature and ours, we would be shocked not that some people could go to Hell (where else would sinners go?), but that any would be permitted into Heaven. Unholy as we are, we are disqualified from saying that infinite holiness doesn’t demand everlasting punishment. By denying the endlessness of Hell, we minimize Christ’s work on the cross. Why? Because we lower the stakes of redemption. If Christ’s crucifixion and resurrection didn’t deliver us from an eternal Hell, his work on the cross is less heroic, less potent, less consequential, and thus less deserving of our worship and praise. As theologian William G. T. Shedd put it, “The doctrine of Christ’s vicarious atonement logically stands or falls with that of eternal punishment.” Satan has obvious motives for fueling our denial of eternal punishment: He wants unbelievers to reject Christ without fear; he wants Christians to be unmotivated to share Christ; and he wants God to receive less glory for the radical nature of Christ’s redemptive work.

What Did Jesus Say about Hell?

Many books deny Hell. Some embrace universalism, the belief that all people will ultimately be saved. Some consider Hell to be the invention of wild-eyed prophets obsessed with wrath. They argue that Christians should take the higher road of Christ’s love. But this perspective overlooks a conspicuous reality: In the Bible, Jesus says more than anyone else about Hell (Matthew 10:28; 13:40-42; Mark 9:43-44). He refers to it as a literal place and describes it in graphic terms—including raging fires and the worm that doesn’t die. Christ says the unsaved “will be thrown outside, into the darkness, where there will be weeping and gnashing of teeth” (Matthew 8:12). In his story of the rich man and Lazarus, Jesus taught that in Hell, the wicked suffer terribly, are fully conscious, retain their desires and memories and reasoning, long for relief, cannot be comforted, cannot leave their torment, and are bereft of hope (Luke 16:19-31). The Savior could not have painted a more bleak or graphic picture.

How long will Hell last? “They will go away to eternal punishment,” Jesus said of the unrighteous, “but the righteous to eternal life” (Matthew 25:46). Here, in the same sentence, Christ uses the same word translated “eternal” (aionos) to describe the duration of both Heaven and Hell. Thus, if Heaven will be consciously experienced forever, Hell must be consciously experienced forever.

C. S. Lewis said, “I have met no people who fully disbelieved in Hell and also had a living and life-giving belief in Heaven.” The biblical teaching on both destinations stands or falls together.

If I had a choice, that is if Scripture were not so clear and conclusive, I would certainly not believe in Hell. Trust me when I say I do not want to believe in it. But if I make what I want—or what others want—the basis for my beliefs, then I am a follower of myself and my culture, not a follower of Christ. “There seems to be a kind of conspiracy,” writes novelist Dorothy Sayers, “to forget, or to conceal, where the doctrine of hell comes from. The doctrine of hell is not ‘mediaeval priestcraft’ for frightening people into giving money to the church: it is Christ’s deliberate judgment on sin. . . . We cannot repudiate Hell without altogether repudiating Christ.” In The Problem of Pain, C. S. Lewis writes of Hell, “There is no doctrine which I would more willingly remove from Christianity than this, if it lay in my power. But it has the full support of Scripture and, specially, of our Lord’s own words; it has always been held by Christendom; and it has the support of reason.”

Is It Unloving to Speak of Hell?

If you were giving some friends directions to Denver and you knew that one road led there but a second road ended at a sharp cliff around a blind corner, would you talk only about the safe road? No. You would tell them about both, especially if you knew that the road to destruction was wider and more traveled. In fact, it would be terribly unloving not to warn them about that other road.

For the same reason, we must not believe Satan’s lie that it’s unloving to speak to people about Hell. The most basic truth is that there are only two possible destinations after death: Heaven and Hell. Each is just as real and just as eternal as the other. Unless and until we surrender our lives to Jesus Christ, we’re headed for Hell. The most loving thing we can do for our friends and our family is to warn them about the road that leads to destruction and tell them about the road that leads to life.

It would upset us, but would we think it unloving if a doctor told us we had a potentially fatal cancer? And would the doctor not tell us if the cancer could be eradicated? Why then do we not tell unsaved people about the cancer of sin and evil and how the inevitable penalty of eternal destruction can be avoided by the atoning sacrifice of Jesus Christ?

Teresa of Avila, a sixteenth-century Carmelite nun, had an agonizing vision of Hell. She later wrote of the torment she endured:

I was terrified by all this, and, though it happened nearly six years ago, I still am as I write: even as I sit here, fear seems to be depriving my body of its natural warmth. I never recall any time when I have been suffering trials or pains and when everything that we can suffer on earth has seemed to me of the slightest importance by comparison with this. . . . It has been of the greatest benefit to me, both in taking from me all fear of the tribulations and disappointments of this life and also in strengthening me to suffer them and to give thanks to the Lord, Who, as I now believe, has delivered me from such terrible and never-ending torments.

If we understood Hell even the slightest bit, none of us would ever say, “Go to Hell.” It’s far too easy to go to Hell. It requires no change of course, no navigational adjustments. We were born with our autopilot set toward Hell. It is nothing to take lightly—Hell is the single greatest tragedy in the universe. God loves us enough to tell us the truth—there are two eternal destinations, not one, and we must choose the right path if we are to go to Heaven. All roads do not lead to Heaven. Only one does: Jesus Christ. He said, “No one comes to the Father except through me” (John 14:6). All other roads lead to Hell. The high stakes involved in the choice between Heaven and Hell will cause us to appreciate Heaven in deeper ways, never taking it for granted, and always praising God for his grace that delivers us from what we deserve and grants us forever what we don’t.

Earth: The In-Between World

God and Satan are not equal opposites. Likewise, Hell is not Heaven’s equal opposite. Just as God has no equal as a person, Heaven has no equal as a place.

Hell will be agonizingly dull, small, and insignificant, without company, purpose, or accomplishment. It will not have its own stories; it will merely be a footnote on history, a crack in the pavement. As the new universe moves gloriously onward, Hell and its occupants will exist in utter inactivity and insignificance, an eternal non-life of regret and—perhaps—diminishing personhood.

Scripture says of those who die without Jesus, “They will be punished with everlasting destruction and shut out from the presence of the Lord and from the majesty of his power” (2 Thessalonians 1:9). Because God is the source of all good, and Hell is the absence of God, Hell must also be the absence of all good. Likewise, community, fellowship, and friendship are good, rooted in the triune God himself. But in the absence of God, Hell will have no community, no camaraderie, no friendship. I don’t believe Hell is a place where demons take delight in punishing people and where people commiserate over their fate. More likely, each person is in solitary confinement, just as the rich man is portrayed alone in Hell (Luke 16:22-23). Misery loves company, but there will be nothing to love in Hell.

Earth is an in-between world touched by both Heaven and Hell. Earth leads directly into Heaven or directly into Hell, affording a choice between the two. The best of life on Earth is a glimpse of Heaven; the worst of life is a glimpse of Hell. For Christians, this present life is the closest they will come to Hell. For unbelievers, it is the closest they will come to Heaven.

The reality of the choice that lies before us in this life is both wonderful and awful. Given the reality of our two possible destinations, shouldn’t we be willing to pay any price to avoid Hell and go to Heaven? And yet, the price has already been paid. “You were bought at a price” (1 Corinthians 6:20). The price paid was exorbitant—the shed blood of God’s Son, Jesus Christ.

Consider the wonder of it: God determined that he would rather go to Hell on our behalf than live in Heaven without us. He so much wants us not to go to Hell that he paid a horrible price on the cross so that we wouldn’t have to.

HeavenAs it stands, however, apart from Christ, our eternal future will be spent in Hell. Jesus asks a haunting question in Mark 8:36-37: “What good is it for a man to gain the whole world, yet forfeit his soul? Or what can a man give in exchange for his soul?” The price has been paid. But still, we must choose. Like any gift, forgiveness can be offered, but it isn’t ours until we choose to receive it. A convicted criminal can be offered a pardon by the governor, but if he or she rejects the pardon, it’s not valid.

A pardon must be accepted. Similarly, Christ offers each of us the gift of forgiveness and eternal life—but just because the offer is made doesn’t make it ours. To have it, we must choose to accept it

For more information on the subject of Heaven, see Randy Alcorn’s book Heaven.

Photo: Unsplash

Randy Alcorn (@randyalcorn) is the author of over sixty books and the founder and director of Eternal Perspective Ministries

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