Ya no habrá maldición. — Apocalipsis 22:3
No habrá más pecado ni aflicción,
Ni espinas infestarán la tierra;
Él viene para hacer que su bendición llegue
Hasta donde ha llegado la maldición.— Isaac Watts, “Joy to the World” [original inglés de “Al Mundo Paz”]
De la misma manera que Dios y la humanidad están reconciliados en Cristo, así también las moradas de Dios y de la humanidad—el Cielo y la Tierra—serán reconciliadas en Cristo, unidas para siempre en un universo nuevo y físico, donde viviremos como seres resucitados. Las palabras del himno “El Mundo Entero Es del Padre Celestial” expresan esta verdad en las palabras finales del original inglés: “Jesús, quien murió, será satisfecho, y la Tierra y el Cielo serán uno.”
Jesucristo, como el Dios hombre, une para siempre el hogar de Dios—el Cielo—con nuestro hogar—la Tierra. Como lo demuestra Efesios 1:10, la idea del Cielo y la Tierra llegando aser uno es completamente bíblica. Cristo hará que la Tierra sea Cielo y el Cielo sea Tierra.
Al igual que la pared que separa a Dios de la humanidad es destruida en Jesús, así también la pared que separa al Cielo de la Tierra será demolida para siempre. Habrá un universo, con todas las cosas en el Cielo y la Tierra juntas bajo una cabeza: Jesucristo. “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos” (Apocalipsis 21:3). Dios vivirá con nosotros en la Nueva Tierra. Eso reunirá “todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra.” Cuando Dios caminó con Adán y Eva en el jardín, la Tierra era el patio posterior del Cielo. La Nueva Tierra será aún más que eso—será el Cielo mismo. Y los que conocen a Jesús tendrán el privilegio de vivir allí.
Si la Biblia no dijera nada más sobre la vida en el Cielo eterno (la Nueva Tierra), estas palabras “ya no habrá maldición” nos dirían mucho. Después que Adán pecó, Dios dijo: “¡Maldita será la tierra por tu culpa!” (Génesis 3:17). ¿Cómo serían nuestras vidas si la maldición fuera anulada? Un día lo sabremos de primera mano, pero aun ahora hay mucho que anhelar.
Cuando la maldición sea revocada, no tendremos que realizar “penosos trabajos” (v. 17), y la tierra ya no producirá “cardos y espinas” (v. 18), desafiando nuestro dominio y dándonos la paga que nos corresponde por corromperla. Ya no volveremos “a la tierra” de la cual fuimos sacados (v. 19). Ya no seremos tragados por la muerte como mayordomos infieles que nos arruinamos a nosotros mismos y arruinamos la Tierra.
Como resultado de la maldición, el primer Adán no pudo comer más del árbol de la vida, el que presumiblemente lo hubiera hecho vivir para siempre en su estado pecaminoso (Génesis 3:22). La muerte, aunque es una maldición en sí misma, fue también el único camino para salir de la maldición—y eso es solamente porque Dios había provisto una manera de derrotar a la muerte y restaurar la relación de la humanidad con él.
Cristo vino para quitar la maldición del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Él es el segundo Adán, quien va a deshacer el daño causado por el primer Adán (1 Corintios 15:22, 45; Romanos 5:15-19). En la Cruz y la Resurrección, Dios no sólo hizo un camino para restaurar su diseño original para la humanidad sino que también lo expandió. En nuestros cuerpos resucitados, nueva- mente moraremos en la Tierra—una Nueva Tierra—completamente libres de la maldición. Libre del pecado, la actividad humana naturalmente llevará a una cultura próspera y magnífica.
Bajo la maldición, la cultura humana no ha sido eliminada, pero ha sido tergiversada y severamente obstaculizada por el pecado, la muerte y el deterioro de las cosas. Antes de la caída, la comida estaba a disposición con un trabajo mínimo. Había tiempo disponible para perseguir ideas estéticas y reflexivas, trabajar por el puro placer de hacerlo, agradar y glorificar a Dios desarrollando destrezas y habilidades. Desde la caída, generaciones han vivido y muerto después de usar sus años más productivos para ganarse la vida a duras penas consiguiendo comida, abrigo, y protección contra robos y guerras. La humanidad ha sido distraída y debilitada por la enfermedad y el pecado. De igual forma, nuestro desarrollo cultural ha sido atrofiado y corrompido, y algunas veces mal dirigido.
La Tierra no puede ser librada de la maldición por ser destruida. Puede ser librada sólo siendo resucitada. La eliminación de la maldición va a ser tan completa y extensa como la obra redentora de Cristo. Al traernos salvación, Cristo ya ha deshecho algo del daño en nuestros corazones, pero en el fin, él restaurará completa y finalmente su creación total a lo que Dios tuvo el propósito que fuera originalmente (Romanos 8:19-21).
La victoria de Cristo sobre la maldición no será parcial. La muerte no se irá renqueando para lamer sus heridas. Será aniquilada, completamente destruida: “[Dios] rasgará el velo que cubre a todos los pueblos, el manto que envuelve a todas las naciones. Devorará a la muerte para siempre; el Señor omnipotente enjugará las lágrimas de todo rostro, y quitará de toda la tierra el oprobio de su pueblo” (Isaías 25:7-8).
El magnífico himno de Isaac Watts “Joy to the World” es teológicamente correcto cuando dice que Cristo viene para hacer que sus bendiciones lleguen “hasta donde ha llegado la maldición.” Dios quitará la maldición, no sólo moralmente (en cuanto al pecado) y psicológicamente (en cuanto a las aflicciones), sino también físicamente (en cuanto a las espinas en el suelo).
Si la redención fallara en cuanto a alcanzar los límites más lejanos de la maldición, sería incompleta. El Dios que gobierna el mundo con verdad y con gracia no estará satisfecho hasta que cada pecado, cada dolor, cada espina sea tomado en cuenta. La redención de Cristo se extiende a todo lo que está bajo la maldición—la Tierra, las plantas, los animales—todas las cosas.
Nunca hemos visto la Tierra tal como Dios la hizo. Nuestro planeta como lo conocemos es una distorsión borrosa del original. Pero despierta nuestro apetito para la Nueva Tierra, ¿no es verdad? Si la Tierra presente, tan arruinada y menguada por la maldición, a veces es tan hermosa y maravillosa; y si nuestros cuerpos, tan arruinados y menguados por la maldición, a veces se sobrecogen por un sentido de la belleza y la maravilla de la Tierra; entonces, ¿cuán magnífica será la Nueva Tierra?
¿Espera usted con ansias su resurrección? ¿La resurrección de la Tierra?
Padre, nosotros nunca hemos conocido la vida en la Tierra sin la maldición. Nos parece normal y permanente, pero recuérdanos que no es algo normal. Es una aberración temporal, una rebelión momentánea que por cierto terminará. Nuestra caída, y la de la Tierra, es algo que tú has prometido arreglar para siempre. Gracias por tu promesa de que esta Tierra en la que vivimos un día será como tú quisiste que fuera. Ayúdanos a esperar con anticipación ese tiempo y lugar cuando “ya no habrá maldición.”
The Curse Reversed (Excerpt from 50 Days of Heaven)
Excerpt from 50 Days of Heaven by Randy Alcorn, Day 18.