La noche era sin luna, las estrellas brillantes. Solo unas pocas nubes pequeñas parecían tenebrosas, tratando pero sin lograr oscurecer los grandes puntos de luz.
Ben caminó a través del bosque siguiendo a Li Yue que llevaba una linterna. Ben continuaba tropezándose en rocas y ramas caídas. Comenzó a enterrarse en un hueco de lodo. Dijo maldiciones dos veces, esperaba que Yue no supiera esas palabras en inglés. Él tenía la Biblia en inglés de Quan en su mano izquierda, ya que Li Yue insistió que la llevara. Él deseaba tener su propia linterna en lugar de eso.
De repente Li Yue se detuvo y apagó su linterna. A su izquierda, alguien salió de atrás de un árbol. Ben se dio vuelta, levantando sus manos.
—Ni hao—alguien susurró. Li Yue lo abrazó.
Este hombre también tenía una linterna. Un kilómetro más adelante alguien más se unió a ellos, haciendo tres luces en la oscuridad. Ben era el único sin su propia luz, forzado a caminar en la luz de otros. El camino era más claro ahora, más fácil de caminar. Ben podía ver los hoyos de lodo, las rocas y ramas, y evitarlas. Su destino final no estaba aún a la vista, pero caminando en el grupo lo hacía mucho más fácil.
—Deténganse —uno de los caminantes sin nombre dijo con una voz de anciano—. Apaguen las luces de los hombres—todas las linternas se apagaron—. Esperen y cierren los ojos unos minutos.
¿Qué está sucediendo?
—Ahora abran los ojos y miren arriba.
Ben miró hacia arriba al cielo negro cubierto de estrellas. Era el cielo más bello que jamás había visto. Las estrellas parecían como puntas de alfiler, color azul, rojo y blanco brillante, como si hubiera detrás del velo negro un horno enorme a punto de explotar a través de las puntas de alfiler y consumir a la tierra en su calor y luz. Ben sintió como si esos puntos de luz fueran flechas apuntadas hacia él. Él anhelaba ser traspasada por ellas, sin embargo, estaba en guardia para prevenir exactamente lo mismo.
—Contemplen—dijo el anciano—, el rostro de Dios.
Pushan estaba bloqueada por la colina que habían cruzado. Ben no podía ver la luz de ninguna casa.
—El rostro de Dios es bloqueado con facilidad por las luces de los hombres—dijo el anciano—. Está ahí para nosotros cada noche sin nubes. Sin embargo, muy pocas veces lo vemos.
Después de detenerse por varios minutos, Li Yue dijo:
—Debemos irnos ahora.
—Siempre, los jóvenes deben irse ahora—murmuró el anciano.
Li Yue guió el camino otros dos kilómetros a una pequeña casa construida contra una enorme roca. La luz de velas se veía un poco detrás de las cortinas de la única ventana. Li Yue los guió alrededor de la casa, donde Ben vio una docena de bicicletas. Entraron en la casa, siendo recibidos cálidamente.
La casa era mucho más grande de lo que parecía desde afuera. A la derecha, donde Ben esperaba ver piedra, había una habitación a la que se entraba a través de la boca de una cueva. La casa fue construida contra ella. A la luz de las velas Ben podía ver verduras marchitas, sugiriendo que ese espacio había sido utilizado para almacenar vegetales. Ben tuvo que inclinarse para poder pasar. El aire olía a cerrado y se sentía húmedo, orgánico.
Un anciano con una larga barba en el mentón lo llevó hacia delante. Ben vio luz de velas al final, después olió y sintió otras personas entre las sombras. Sus ojos escudriñaron la habitación. Cuando hubo suficiente luz vio rostros sonrientes. Tres hombres estaban de pie, extendiendo sus manos hacia él. Ellos usaban chaquetas, camisas y pantalones, zapatos viejos sin calcetines. Ropa de trabajo. El anciano lo llevó a sentarse cerca de un bombillo, que colgaba de un azadón recostado contra la pared de piedra.
Comenzaron a cantar un canto con palabras extrañas, más como un libreto de una historia que una letra:
Desde el momento en que la iglesia primitiva apareció el día de Pentecostés, los seguidores del Señor todos se sacrificaron a sí mismos voluntariamente.
Decenas de miles han sacrificado sus vidas para que el evan- gelio pueda prosperar.
Como tales han obtenido la corona de la vida.
Yue fue a sentarse junto a Ben, apretándose entre él y otro hombre. Ben estaba apretado de ambos lados y por atrás. Yue susurró:
—Este canto se llama “Ser un mártir por el SEÑOR”. Es muy popular en iglesias caseras.
Ben escuchó mientras el canto continuaba:
Esos apóstoles que amaron al Señor hasta el final voluntariamente siguieron al Señor por el camino del sufrimiento.
Juan fue exiliado a la solitaria isla de Patmos.
Esteban fue aplastado hasta la muerte por piedras de la multitud.
Mateo fue cortado hasta morir por la gente en Persia.
Marcos murió cuando sus dos piernas fueron separadas por caballos.
El doctor Lucas fue ahorcado cruelmente.
Pedro, Felipe y Simón fueron crucificados en la cruz.
Bartolomé fue desollado vivo por los impíos.
Tomás murió en India cuando cinco caballos separaron su cuerpo.
El apóstol Santiago fue decapitado por el rey Herodes.
El pequeño Santiago fue cortado por una sierra afilada.
Santiago el hermano del SEÑOR fue muerto a pedradas. Judas fue atado a una columna y murió por flechas.
A Matías le cortaron la cabeza en Jerusalén.
Pablo fue un mártir bajo el emperador Nerón.
El canto tenía un ritmo pegajoso, pero Ben encontró las palabras extrañas y atemorizantes. Él se preguntaba cómo las personas podían cantarlas con tanto entusiasmo.
Yo estoy dispuesto a tomar la cruz y seguir adelante, a seguir a los apóstoles por el camino del sacrificio.
Que decenas de miles de almas preciosas puedan salvarse, yo estoy dispuesto a dejarlo todo y ser un mártir por el SEÑOR.
Las voces se intensificaron mientras cantaban el coro:
Ser un mártir por el SEÑOR. Ser un mártir por el SEÑOR.
Yo estoy dispuesto a morir gloriosamente por el SEÑOR.
Cuando el canto terminó, Yue dijo:
—Las casas cavernas son maravillosas. Podemos cantar y orar tal alto y por tanto tiempo como queremos. Nadie nos puede escuchar.
El anciano le susurró algo a Yue, el cual a su vez le dijo a Ben:
—Han orado por tres horas antes que llegáramos nosotros.
—¿Entonces la reunión debe estar por terminar?
—No. Está comenzando. Creyentes chinos tienen lema: “Poca oración, poco poder. Cero oración, cero poder”.
Yue señaló varios sacos.
—Cada persona trae una pequeña bolsa con comida para contribuir a los dos o tres días que están aquí. Algunos tienen Biblias, otros no. Algunos dirigen varias congregaciones. Son campesinos, pescadores, maestros, obreros de fábricas, carpinteros. Trabajadores de todas clases. Hay un pequeño descanso ahora. No tenemos que susurrar.
Ben los vio sentados hombro con hombro, las rodillas apreta- das contra las espaldas de los que estaban sentados frente a ellos. Vio a un hombre sonriéndole ampliamente. ¡Zhou Jin, el pastor de Quan! Ben devolvió su sonrisa.
El anciano susurró ansioso a Yue, pero Ben no podía escu- charlo.
—Él dice que seis personas no están aquí. Deben haber pensado que los estaban siguiendo. Al menos dos de los pastores sirvieron como señuelos.
—¿Señuelos?
—Cuando queremos reunirnos en un lugar, unas pocas horas antes del momento de salir, ellos van a otro lugar y son seguidos por el BSP. Esto deja a los otros más libres para viajar.
Zhou Jin ahora se acercó a Ben, apretándose contra él en el otro lado mientras alguien más tomó su lugar. Señaló a un hombre con una gorra, y susurró:
—Ese es Chiu Yongxing. Caminó ciento cuarenta kilómetros. Ben hizo el cálculo; más de ochenta millas.
—Pueden haberlo seguido al principio, pero después de treinta kilómetros por lo general es seguro. Ellos se cansan de seguir. Él evitó puntos de control de la policía por las carreteras principales.
—¿Cuánto tiempo le tomó?
—Cinco días.
Yue señaló a otro hombre, como de cincuenta años, de ropas gastadas, pero ojos y sonrisa brillantes, aunque sus dientes eran de un color amarillo pardusco.
—Me dicen que este pastor perdió su camino. Pero cuando llegó estaba radiante. Dijo que mientras estaba sentado junto al fuego, un hombre se le apareció de la nada.
—¿Qué?
—El hombre le dijo que tenía que cambiar de dirección. Le explicó cómo llegar aquí. Después desapareció.
Ben trató de no parecer tan escéptico como se sentía.
—¿Se reúnen siempre aquí?
—No. Si la reunión es grande, algunas veces en un campo. Podemos subir la ladera de una montaña. Uno de nuestros lugares favoritos es un huerto lejos de carreteras y ojos fisgones. Esto funciona mejor en el invierno.
—¿Por qué?
—Cuando está muy frío el BSP no nos sigue, y los infiltrados normalmente no vienen. Uno debe querer venir para soportar tanto frío.
Otro hombre se puso de pie. Li Yue le susurró a Ben:
—La reunión está comenzando de nuevo. Él es un pastor también, de… lo siento, no necesito decir.
El hombre delgado y encorvado estaba de pie detrás de una mesa toscamente tallada, con solo un vaso de agua encima. De repente su rostro parecía furioso. Tomó el vaso y lo miró, apretándolo fuertemente, sacudiéndolo y derramando agua. Lo agarró tan fuerte que Ben pensó que se rompería. Las venas en sus sienes estaban hinchadas.
¿Le está dando un ataque? ¿Ha perdido la mente?
Tiró el vaso al piso a un metro enfrente de Ben, entonces lo pisoteó, rompiéndolo en pedazos. Ben saltó de pie y se movió hacia atrás, después se dio cuenta que él era el único de pie excepto el hombre enojado. Todos los otros observaban atentamente. Con una apariencia de regocijo en su rostro, el hombre trituró más vidrio bajo su tacón, marchando alrededor en un círculo, celebrando. Miró alrededor con aire satisfecho.
Ahora el hombre escudriñaba el polvo y vio algo. Se inclinó a recogerlo. Era un fragmento de vidrio. Después encontró otro fragmento, y otro, y astillas por aquí y por allá. Los pisoteó de nuevo, creando más vidrio. Caminó a través de la cueva, después miró en las suelas de sus sandalias y recogió vidrio de ellas. Mientras más pisoteaba el vidrio, a más distancia se extendía. Ahora él trataba frenéticamente de reconstruir el vaso, como juntando los pedazos para poder tomarlo en su mano de nuevo. Pero era imposible. Por último, disgustado tiró los pedazos al suelo de nuevo, levantó sus manos en frustración, empujó a las personas a un lado y salió con paso airado a la habitación frontal.
Ben miró sin poderlo creer.
¿En qué me he metido?
Extracto de A Salvo En Casa (fuera de la impression) por Randy Alcorn, Capítulo Treinta y Nueve.
Safely Home: Chapter 40
The night was moonless, the stars brilliant. Just a few wispy clouds hung eerily, trying but failing to obscure the great points of light.
Ben walked through the grove following Li Yue, who pointed a flashlight. Ben kept tripping over rocks and fallen limbs. He started sinking into a mudhole. He cursed twice and hoped Yue didn’t know those English words. He had Quan’s English Bible in his left hand, since Li Yue insisted he bring it. He wished he had his own flashlight instead.
Suddenly Li Yue stopped in his tracks, turning off his light. To their left, someone stepped out from behind a tree. Ben pivoted, raising his hands.
“Ni hao,” someone whispered. Li Yue embraced him.
This man also had a flashlight. A kilometer later someone else joined them, making three lights in the darkness. Ben was the only one without his own light, forced to walk in the light of others. The way was clearer now, easier to walk. Ben could see the mudholes, rocks, and branches, and avoid them. Their destination wasn’t yet in sight, but traveling in the group made it much easier.
“Stop,” one of the nameless travelers said with an old man’s voice. “Turn off the lights of men.” The flashlights all went off. “Wait and close eyes a few moments.”
What’s going on?
“Now open eyes and look up.”
Ben looked up at a black sky swollen with stars. It was the most beautiful sky he’d ever seen. The stars seemed like pinpoints, brilliant blue and red and white, as if behind the black veil there was a great blast furnace on the verge of exploding through the pinpoints and consuming the earth in its heat and light. Ben felt like these points of light were arrows aimed at him. He longed to be pierced by them, yet was on guard to prevent that very thing.
“Behold,” the old man said, “the face of God.”
Pushan was blocked by the hill they’d traveled over. Ben couldn’t see light from a single house.
“The face of God is easily blocked by the lights of men,” the old man said. “It is there for us every cloudless night. Yet how seldom we look at it.”
After they stood several minutes, Li Yue said, “We must go now.”
“Always, the young must go now,” the old man muttered.
Li Yue led the way another two kilometers to a small house built against a huge rock. Candlelight was barely discernible behind drawn shades on the only visible window. Yue led the way around the far side, where Ben saw a dozen bicycles. They walked inside the house, hearing warm welcomes.
The house was much bigger than it appeared from the outside. To the right, where Ben expected to see stone, was a room that was entered through the mouth of a cave. The house had been built right up to it. In the candlelight Ben could see withered greens, suggesting this space had been used to store vegetables. Ben had to stoop low to make his way in. The air was musty, with a moist, organic feel.
An old man with a long white chin beard edged him forward. Ben saw candlelight at the far end, then smelled and sensed in the shadows other people. His eyes searched the room. Wherever there was sufficient light he saw smiling faces. Three men stood, reaching out their hands to him. They wore jackets and shirts and trousers, old shoes with no socks. Work clothes. The old man led him to sit near a naked lightbulb, which hung from a hoe leaned against the stone wall.
They began singing a song with strange words, more like a story script than lyrics:
From the time the early church appeared on the day of Pentecost, the followers of the Lord all willingly sacrificed themselves. Tens of thousands have sacrificed their lives that the gospel might prosper. As such they have obtained the crown of life.
Yue came to sit by Ben, squeezing between him and another man. Ben was pressed on both sides and from behind. Yue whispered, “This song is called ‘To Be a Martyr for the Lord.’ It’s very popular in house churches.” Ben listened as the song continued:
Those apostles who loved the Lord to the end
Willingly followed the Lord down the path of suffering. John was exiled to the lonely isle of Patmos.
Stephen was crushed to death with stones by the crowd. Matthew was cut to death in Persia by the people.
Mark died as his two legs were pulled apart by horses. Doctor Luke was cruelly hanged.
Peter, Philip, and Simon were crucified on the cross.
Bartholomew was skinned alive by the heathen.
Thomas died in India as five horses pulled apart his body.
The apostle James was beheaded by King Herod. Little James was cut up by a sharp saw.
James the brother of the Lord was stoned to death.
Judas was bound to a pillar and died by arrows. Matthias had his head cut off in Jerusalem.
Paul was a martyr under Emperor Nero.
The song had a catchy beat, but Ben found the words bizarre and frightening. He wondered how people could sing them with such enthusiasm.
I am willing to take up the cross and go forward,
To follow the apostles down the road of sacrifice.
That tens of thousands of precious souls can be saved,
I am willing to leave all and be a martyr for the Lord.
Voices intensified as they sang the chorus:
To be a martyr for the Lord,
To be a martyr for the Lord,
I am willing to die gloriously for the Lord.
When the song was finally over, Yue said, “House caves are wonderful. We can sing and pray as loud and long as we want. No one can hear us.”
The old man whispered something to Yue, who in turn said to Ben, “They have been praying three hours before we arrived.”
“So the meeting must be nearly done?”
“No. Just starting. Chinese believers have motto: ‘Little prayer, little power. No prayer, no power.’”
Yue pointed to a few sacks. “Each brings a small bag containing food, to contribute for the two or three days they are here. Some have Bibles; some do not. Several lead a number of congregations. They are farmers, fishermen, teachers, millworkers, carpenters. Laborers of all kinds. There is a short break now. We need not whisper.”
Ben looked at them sitting shoulder to shoulder, knees pressed into the backs of those sitting in front of them. He saw one man smiling broadly at him. Zhou Jin, Quan’s pastor! Ben returned his smile.
The old man whispered eagerly to Yue, but Ben couldn’t hear him. “He says six people are not here. They must have thought they were being followed. At least two of the pastors served as decoys.”
“Decoys?”
“When we want to meet in one place, a few hours before it is time to leave, they go elsewhere and are followed by the PSB. This leaves the others more free to travel.”
Zhou Jin now moved close to Ben, squeezing against him on the other side while someone else filled in his space. He pointed to a man wearing a stocking cap and whispered, “That is Chiu Yongxing. He walked a hun dred and forty kilometers.”
Ben did the math—over eighty miles.
“He may have been followed at first, but after thirty kilometers it is usually safe. They tire of following. He avoided police checkpoints along main roads.”
“How long did it take him?”
“Five days.”
Yue pointed to another man, about fifty, clothes worn but eyes and smile bright, though his teeth were a brownish yellow. “I am told this pastor lost his way. But when he arrived he was beaming. He said that as he sat at the fire last night, a man appeared to him out of the air.”
“What?”
“The man said he must change his direction. He told him exactly how to get here. And then he disappeared.”
Ben tried not to look as skeptical as he felt. “Do you always meet here?”
“No. If the gathering is large, sometimes in a field. We may climb the side of a mountain. One of our favorite spots is an orchard far from roads and prying eyes. This is best in winter.”
“Why?”
“When it is very cold PSB does not follow us, and infiltrators usually do not come. One must want to come in order to endure such cold.”
Another old man stood up. Li Yue whispered to Ben, “Meeting is starting again. He is a pastor also, from . . . sorry, no need to say.”
The slightly built, hunched-over man stood behind a roughly hewn table with a single glass of water on it. Suddenly his face looked furious. He picked up the glass and stared at it, squeezing hard, shaking it and spilling water. He gripped it so hard Ben thought it would break. The veins in his temples bulged.
Is he having a seizure? Has he lost his mind?
He threw the glass to the ground three feet in front of Ben, then stomped on it, breaking it into pieces. Ben jumped to his feet and moved back, then realized he was the only one standing except the angry man. All others watched intently. A look of glee on his face, the man crushed more glass under his heel, marching around in a circle, celebrating. He looked around smugly.
Now the man peered down in the dust and saw something. He stooped to pick it up. It was a shard of glass. Then he found another shard, and another, and slivers here and there. He stomped on them again, creating more glass. He walked across the cave, then looked on the bottom of his sandals and picked off glass from them. The more he stomped on glass, the farther it spread. Now he tried frantically to reassemble the glass, as if piecing it together so he could hold it in his hand again. But it was impossible. Finally, he threw the pieces to the ground again in disgust, held up his hands in frustration, pushed people out of his way, and stalked out of the cave into the front room.
Ben stared in disbelief.
What have I gotten myself into?
Excerpt from Safely Home, by Randy Alcorn, Chapter 40.